lunes, 5 de diciembre de 2011

HISTORIAS DE VASOS




En un armario de madera de pino que hicimos hace muchos años, y arropados entre platos y tazas, guardo los vasos. Son de vidrio, de todos los formatos y de todos los grosores. Son los restos que fueron quedando de juegos que fuimos comprando. En sus buenos días, formaban familias de 6 u 8 miembros bien constituidas. Unos se fueron rompiendo y otros astillando, quizás quedaron los más fuertes, o los que tuvieron más suerte entre el festival de cacharros que a veces se organiza en el fregadero. Los sobrevivientes al agua escurridiza de jabón y a las manos presurosas, han formado su propia parentela. Pequeños y pesados, largos y ligeros, trasparentes como la luz, opacos como la niebla.

Entre ellos, en un rincón por falta de uso, uno amarillo, de plástico con asa, fue el de Isabel por muchos años. Rodó por todas las mesas, y rebotó por los pisos. Contuvo leche achocolatada, jugos dulces de todos los colores; sus babas finas e irrompibles como hilos de araña. Generalmente son las últimas piezas que pongo en la mesa, las cuido más por su fragilidad comprobada. Los vasos son importantes, contienen líquidos vitales y otros, que nos quitan los pesares desatando nuestra lengua. Líquidos cuyos átomos se emulsionan y se hacen espesos buscando texturas nuevas. Fueron hechos para todos los tamaños de manos, sus bordes redondos y suaves nunca cortaron mis labios.
El vaso de vidrio, por su transparencia, es delator de su contenido. Hace que nos asomemos a ese pequeño mar con fondo, donde nadan las burbujas y se ahogan las penas.


Imagen de Elena  Gualtierotti

Para los niños, el vaso representa todo un desafío, que les hace indagar y buscar en ellos, lo que aún no se les ha perdido. Por eso, se los damos de materiales opacos, irrompibles, esperando que sus manos crezcan, y aprendan que la fragilidad no tiene alas salvadoras, y que la gravedad, como otro misterio más de la tierra, reclama siempre lo que le pertenece. La taza es un competidor a tener en cuenta por el vaso. De constitución más ancha y cómoda, resiste altas temperaturas, pero lo que la hace interesante, es esa predisposición suya ante la vida, para esperar en jarras, cualquier cosa que le venga encima. La vida social del vaso es intensa, es el utensilio con el que tenemos más contacto durante el día. Está presente durante el desayuno, almuerzo y cena, también entre las horas que vagan sin quehaceres por el blanco reloj. A pesar de su sociabilidad, creo que el vaso es un solitario en esencia. Así como la taza generalmente se acompaña del plato, el tenedor del cuchillo, y la olla de la tapa, él es como el hombre que no quiere compromiso con nadie, que coquetea y seduce a todo el que puede, pero que al final, termina la fiesta sintiéndose vacío y utilizado.


Con el tiempo he llegado a valorar más todo lo que es dúctil y transformable. Me asombra ver los materiales de masas opacas y estáticas volverse fluidos, que se deslizan plácidamente, como si ese hubiera sido su estado primitivo. Por eso me gusta el vidrio y sus formas cambiantes.
El agua, creo que es el líquido que más se identifica con el vaso. Los dos transparentan, dejando que la mirada traspase sus materiales, pudiendo buscar mas allá de lo que no es encontrado en ellos. No condicionan, y se muestran con la pureza de lo genuino, y la vulnerabilidad de lo que se sabe fácilmente susceptible a los cambios. Pero también, con la fortaleza del que está claro con lo que es: materia siempre en proceso de transformación.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

PAN, UN DIOS ENAMORADIZO Y MUSICAL.



La mitología griega, referente inagotable de relatos originales, narra la historia de Pan, dios de la  fertilidad y la fecundidad masculina. En una de sus diez y nueve genealogías cuenta como Hermes y Dríope esperaban felices la venida de su hijo. Todo era alegría y fiesta, pero estas se acabaron cuando vieron con asombro el ser que había nacido. Tenía la cara arrugada y unos pequeños cuernos en la frente. El mentón era muy pronunciado acabando en una especie de barba, de color indefinido. Además, de la cintura para abajo, tenía el aspecto de un macho cabrío, de patas peludas y pezuñas.
 Dríope lloraba sin consuelo ante la visión de su amado hijo. Entonces Hermes, ejerciendo sus dotes de mediador, lo llevó al Olimpo envuelto en una piel de liebre para protegerle de las miradas aviesas. Cuando se lo mostró a los demás dioses, a todos les pareció un ser simpático y especial, y como hubo unanimidad en el criterio, lo llamaron Pan, que significa hijo de todos. Con el paso del tiempo fue creciendo y se convirtió en el dios de los bosques, de la brisa del amanecer y del atardecer. Era curandero, cazador y músico. Vivía libre por los bosques asustando a los hombres que osaban penetrar en ellos.




Correteaba a las ovejas en un ensayo general, para lo que sería posteriormente su eterno  asedio a las ninfas. Su virilidad y su potencia sexual,  pronto le hicieron comprender que tendría una gran aceptación, entre las diosas para las que siempre estaría dispuesto.
 Le agradaban las fuentes y las sombras de los bosques. Se escondía entre las malezas para contemplar a las ninfas y después, caía vencido por el sueño. Sólo mostraba su lado oscuro, cuando se le interrumpía de sus plácidas siestas, ya que despertaba bramando y enfurecido. Posiblemente era por que sólo entre los sueños, conseguía la unidad y la armonía que su cuerpo nunca había tenido.




 Boreas, dios del viento del norte, fue su gran competidor en el terreno amoroso. Era conocido por su violencia, gélido e insensible a todo lo que no fuera saciar su voraz apetito sexual. Ambos cortejaban a la diosa Pitis, pero esta se sentía más agradada por los galanteos musicales de Pan. Entonces,Boreas  sintiéndose despreciado y movido por los celos, destrozó el cuerpo de Pitis a golpes, arrojándolo después desde lo alto de una roca. Gea, la diosa madre, apiadándose de ella la convirtió en un esbelto pino, y desde entonces, se dice que el árbol gime de espanto, cuando sopla Boreas.

 La historia amorosa de Pan también hace referencia a Selene, la diosa luna y la atracción que sintió por este dios de cuerpo y espíritu poliforme. Pero fue de Endimión, un pastor de gran belleza, del que Selene se enamoró al verlo descansando. La diosa pidió a Zeus que lo mantuviera eternamente dormido, pero con los ojos abiertos. Este encantamiento hacía que se acercara al pastor cada noche y antes del amanecer, para saciar su apetito sexual en un cuerpo sin voluntad. Después entre las horas negras que se aproximan a la luz, Selene recorre el firmamento en su carro de plata en un ritual esférico y luminoso como ella misma.



La genealogía que más se conoce de Pan, es la que refiere el amor no correspondido de Siringa. Esta náyade vivía con sus hermanas en las orillas de los ríos. Era también curandera y andarina, recorría los bosques y nadaba en las aguas felices del ríos.
Un día Pan la vio entre los árboles y las sombras que se producen en los bosques, y comenzó a perseguirla. Ella, bellísima y delicada, se asustó a ver la deformidad de aquel cuerpo, y corrió hacia el río pidiendo ayuda a sus hermanas. Gea oyó sus gritos de auxilio y conmovida la convirtió en un cañaveral. Estaría condenada a la inmovilidad, pero cerca de las aguas, sintiendo su aliento húmedo.
 Pan, al ver lo sucedido, se arrojó sobre las cañas produciendo estas un sonido maravilloso. Después, cortó nueve cañas de distintos largos y las ató formando una flauta, de la que empezó a sacar sonidos como nunca antes  se habían oído. A partir de entonces a esa flauta se la llamó siringa, en honor a esta historia. De alguna manera llegó a las primitivas culturas de América, y definitivamente se instaló, entre el altiplano y los pueblos del sur. Su sonido aún suena a lamento de amor no correspondido.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

LAS MALAS PALABRAS


Roberto Fontanarrosa, escritor y humorista gráfico, en un congreso de la lengua en Argentina, preguntaba a los oyentes, porque eran malas, las malas palabras, ¿son malas porque les pegan a las otras? ¿son de mala calidad y cuando uno las pronuncia se deterioran?. Con estas preguntas no hacia sino evidenciar lo absurdo de un lenguaje oficial y estereotipado, que se impone desde una cultura dominante. Nos comunicamos con un lenguaje con el que muchas veces no nos reconocemos, clichés del habla, frases listas para usar, preensambladas por las cabezas pensantes de turno. No es de extrañar entonces que ante un habla dominante surjan como consecuencia las lenguas disidentes. En esa disidencia, en la exclusión del espacio institucional, se encuentran instaladas las malas palabras.

Mijail Bajtin, el teórico y filósofo del lenguaje soviético, decía que las groserías, juramentos y obscenidades, son los elementos extraoficiales del lenguaje.
Paradójicamente, las malas palabras conforman la parte mas viva de cualquier habla, son genuinas, aparecen en los momentos en que menos controlamos las emociones y los instintos. Son huidizas y con un gran aprecio por la libertad; revindicadoras de lo espontáneo, de lo que no es tamizado por nuestra mente.
El lenguaje como una entidad viva, se transforma, cambia de apariencia y se adapta al momento socio-cultural por el que pasa. Se mimetiza en el espacio-tiempo como una suerte de animal en busca de sobrevivencia.
Las malas palabras en el contexto del lenguaje no oficial o marginal, se utilizan en todas las edades, clases sociales y en todas las culturas. Con ellas, en la adolescencia, construimos muros detrás de los que nos refugiamos, creando un lenguaje complicado, con juegos de palabras, antinómicos y malabarismos lingüísticos en un afán de no ser comprendidos. Buscamos originalidad, así como buscamos desesperadamente configurar nuestra personalidad todavía virgen. El adolescente se hace especialista en el arte de reducir la sintaxis al mínimo; la premura con que se vive a esas edades, les lleva a economizar las palabras, convirtiéndolas a veces en sonidos carentes de significado lógico. Más tarde y con los años, el lenguaje se vuelve mas convencional al convertir el pensamiento en palabras, ya que nos identificamos  más con lo que pensamos que con lo que decimos.

 Sandor Márai en su novela “El último encuentro” nos dice: “Uno acepta el mundo poco a poco y muere. Comprende la maravilla y la razón de las actuaciones humanas. El lenguaje simbólico del inconsciente… porque las personas se comunican por símbolos, ¿te has dado cuenta? Como si hablaran un idioma extraño, chino o algo así, cuando hablan de cosas importantes, como si hablaran un idioma que luego hay que traducir al idioma de la realidad. No saben nada de si mismas. Solo hablan de sus deseos, y tratan desesperada e inconscientemente de esconder, de disimular. La vida se vuelve casi interesante cuando ya has aprendido las mentiras de los demás, y empiezas a disfrutar, viendo que siempre dicen otra cosa de lo que piensan, de lo que quieren de verdad”.

sábado, 15 de octubre de 2011

ENCAMADOS



En 1967, se estrenó la obra de teatro La Fiaca ( La pereza ), del autor argentino Ricardo Talesnik. Fue un rotundo éxito de público y crítica. La trama era simple pero llena de matices y aristas, una dura mirada sobre la realidad monótona y embrutecedora de un empleado que trabaja para una gran empresa de Buenos Aires, que una buena mañana y sin que mediara ningún problema de por medio, decide no levantarse mas de la cama, alegando que tiene “fiaca”, y no le da la real gana de salir de la cama. De esta decisión derivará toda una suerte de problemas que se van desarrollando en el transcurso de la historia.
La literatura está llena de grandes y famosos acostados, escritores que por distintas razones, un día decidieron no levantarse mas, pasando a ser la cama, su lugar de vida y trabajo; su lugar en el mundo.

Luis Landero, interesado en el tema, le dedicó dos libros: Los tumbados, y Tumbados y resucitados. Para él este personaje, “ no es un holgazán, ni un neurótico, ni un simple enfermo imaginario” si no una persona que “ opta por suspender su actividad social y se abandona espléndidamente a la inacción”.
Para Caballero Bonald,  Los acostados y otras controversias, el tema de los acostados le resultaba familiar y cercano, ya que contaba con 5 parientes que habían tomado esta determinación, entre ellos dos mujeres, la tía Carola, “cuya decisión tuvo el mismo significado que si hubiera entrado en un convento” y la tía Isabela, que solo se encamaba “ por temporadas”.




De hecho, Marcel Proust escribió su novela-río, En búsqueda del tiempo perdido, en la cama. De naturaleza sensible y neurótica, cubrió todas las paredes del cuarto con corcho, y la ventana, para que no entrara la luz del sol, les mandó poner celosía, de esta manera su aislamiento del mundo era total, solo escribía y escribía en una vigilia ciega, en que se le confundían los días con las noches. En ese transcurrir de las horas fue perdiendo las secuencias normales del sueño y la vigilia, teniendo que recurrir al veronal para dormir y después a la adrenalina y la cafeína para mantenerse despierto.
En unos escritores los encamamiento duraron semanas o meses, temporadas, una vez terminadas estas, volvían a su vida vertical de siempre.




Cortázar desde su casa en la campiña francesa, cerca de Aix-en-Provence, se encerraba en un cuarto cara a la pared, para no distraerse con los sonidos y las vistas de la ventana, y desde allí, como en su infancia, como jugando legos mentales, armando lo absurdo hasta llegar a lo racional, daba rienda suelta a su imaginación, creando personajes, como sus cronopios, seres “verdes y húmedos”, con los que jugaba como un niño grande.

Oscar Wilde, Unamuno y Valle Inclán, por temporadas, recibían a sus visitas desde la cama, desde allí compartían charlas, intercambiando ideas y lecturas como la cosa mas normal y cotidiana. Sus amigos y visitantes se fueron acostumbrando al hecho de hacer las tertulias de esta manera tan particular.
Juan Carlos Onetti, “el gran tumbado” como le llamaron algunos, en sus últimos años de vida, vivió en un piso de la Avenida de América en Madrid, dedicando este tiempo a los placeres que el cuerpo le pedía: leyendo, escribiendo, fumando y bebiendo whisky.
Desde ese espacio, y acompañado hasta sus últimos días, por su paciente esposa Dolly, se fue preparando para el gran viaje final.

domingo, 2 de octubre de 2011

ALEJANDRA PIZARNIK Y LEÓN OSTROV




De los griegos aprendimos aquella máxima que recomendaba “conócete a ti mismo” como principio y filosofía de vida.
Después Freud y sus descubrimientos sobre el inconsciente nos convencieron de la necesidad de ahondar en ese pozo sin fondo que almacena, sin aparente lógica y sentido, nuestra historia de vida, memoria familiar y colectiva. Pero no es fácil, hurgar y sacar a flote lo que permanece a la sombra sin correr el riesgo de conocer aspectos de nuestro carácter y formación, que hubiéramos preferido muchas veces, dejar ahí, en el olvido y a cubierto de miradas y juicios, aunque fueran los nuestros.

¿El beneficio de hacerlo? aliviar penas y angustias a través del conocimiento y la comprensión de nosotros mismos. El medio será la palabra, el discurso por el que el analista y el analizado irán hilvanando y dando forma a un presente, aunque este haya sido condicionado por el pasado. Porque es el presente el que necesitamos sanar, aliviar, y hacernos grato el aquí y el ahora, aunque nos sea tan difícil de situar.
A través de ese monólogo-dialogo, que se establece en la consulta se irá trenzando pasado y presente, y las voces íntimas que reclamaban y o se hacen audibles por medio de conductas que no llegaba sino a mas laberintos sin salida, pueden hacerse entendibles, o al menos aceptables.


Alejandra Pizarnik, durante muchos años, tuvo contacto con el psicoanálisis. De una sensibilidad extrema,” precoz y procaz” como ella se define en su diario el 18 de marzo de 1961; acomplejada desde niña por su estatura pequeña (1,50 cm) su gordura, y su tartamudez, se convirtió en un ser atormentado y de difícil trato. En la adolescencia empezó a utilizar anfetaminas, y con sus crisis frecuentes, ansiolíticos. León Ostrov fue el analista con el que mantuvo una comunicación más especial y desde su estancia en París una correspondencia que duraría años. León Ostrov, poeta y literato fue profesor de Psicología Experimental en la Universidad de Buenos Aires.

Durante el análisis y por medio de la palabra se establece una comunicación entre médico y paciente, se crean lazos, puentes, que unen afectivamente con intensidad y que más tarde, perduraran en el tiempo.
A ambos les unía, su ascendencia judío-rusa, la sensación de vivir entre dos aguas, dos culturas. De formación humanística y literaria, los dos compartían los mismos sentimientos de admiración hacia la poesía, en una declaración de Ostrov a la Nación en 1983 declara: “Quedaba en ocasiones, si no olvidada, postergada mi específica tarea profesional, como si yo hubiera entrado en el mundo mágico de Alejandra no para exorcizar sus fantasmas si no para compartirlos y sufrir y deleitarme con ellos, con ella. No estoy seguro de haberla siempre psicoanalizado; sé que siempre Alejandra me poetizaba a mi”.




Se define como transferencia, la carga afectiva y las vivencias que proyecta inconscientemente el analizado en su analista. Es decir, la persona sentirá hacia su terapeuta, los mismos sentimientos y prejuicios que sintió hacia sus padres, o las personas que fueron significativas para él durante su infancia. Podrá entonces, sentir enamoramiento, rabia, admiración, desconfianza, temor, etc, sin tener la seguridad del porqué de estas sensaciones que experimenta.

Por su parte, el terapeuta y en términos conscientes, experimentará igualmente, todo un registro de sentimientos al tener también su propia historia de vida. El profesional sano, sabrá manejar adecuada y éticamente estas proyecciones surgidas entre ambos, en el transcurso de las sesiones terapéuticas. Para Freud, la transferencia y la contratransferencia conformaban el Alfa y Omega del proceso analítico, durante el cual la persona pueda hacer consciente su pasado, sanar heridas, y de esta manera, dejar de repetir conductas y patrones infantiles que infieren de una forma negativa en el presente.
Alejandra escribe a León Ostrov desde Francia : " Gracias por sus cartas, por lo que dice y por cómo lo dice. Aquí está por estallar una guerra civil pero no se la siente. El cielo fue blanco este mes, fue una ausencia, era una tristeza, un puerto entre los mundos. Me gustaría saber de Buenos Aires, es decir de usted y de unos pocos más que quiero. Le enviaré una carta más larga, enamorada del primer pronombre como todas las anteriores. No se preocupe por las direcciones ni los cambios de domicilio que merecen por lo menos un Proust para referirlos”.




En 1964 se instala definitivamente en Buenos Aires, y desde su eterna adolescencia, escribe, publica y se relaciona con poetas y pintores.
En 1968 recibe la beca Guggenheim que le permite seguir cultivando su vida de poeta rebelde que explora y bordea los limites de la razón. Su estado anímico se resiente con la muerte de su padre, que para ella significa, la toma de conciencia de su adultez, y una profundización de su sentimiento de soledad.
Entra y sale de establecimientos psiquiátricos, pasando de profundas depresiones a estados de vigilia y alertas permanentes.
Sus voces internas se multiplican igual que su producción literaria, escribe poesía, narrativa, teatro, diarios, correspondencia. En 1971 le conceden la beca Fulbright.
Sus acercamientos a la muerte, tienen el día 25 de septiembre de 1972 un desenlace final, ingiere 50 pastillas de Seconal y muere al amanecer.
Tenía 36 años y a partir de entonces comienza su leyenda.

lunes, 19 de septiembre de 2011

LOS SENTIDOS Y EL ESCRITOR (y 2)




El gusto. El sentido más sabroso

Laura Esquivel en su libro Como agua para chocolate nos muestra el placer y el erotismo en la cocina. Universo femenino y críptico en la lucha contra el patriarcado que somete. Con un lenguaje metafórico sus protagonistas van evocando sus sentimientos paralelamente a la elaboración de los platillos, como tesoros únicamente entendibles por el alma femenina y que fueron pasando de generación en generación.
El espacio de la cocina ha sido trinchera para la mujer desde hace miles de años y a su vez, también ha sido el hogar caliente y seguro que calma y reconforta, lleno de olores, ruidos y sabores que nos conducen a lo más remoto de nuestros orígenes. Por medio del simbolismo de la cebolla, nos muestra el concepto arquetípico de la mujer-sufrida, del destino trágico de su género. Yo prefiero verlo desde otro concepto: el de la mujer que evoluciona y rompe estereotipos; que busca al hombre para caminar a su lado, ni detrás ni adelante; y que, simbólicamente, como la cebolla, se va deshaciendo de capas inútiles, que si bien la han protegido durante toda su historia, también le han impedido llegar a mostrar su verdadero núcleo.





El tacto. El sentido más sensual y cambiante.

A la piel se la reconoce por el tacto, en el sentir de las minúsculas terminaciones nerviosas, como una suerte de ejércitos primeros en explorar territorios desconocidos. Nos protege y nos alberga, habitamos en ella, por necesidad y también, por una especie de lujo que nos concedió la naturaleza.
Cuando la piel se expresa, es siempre mas autentica que nuestras palabras, porque escapa al control y gobierno del cerebro, ese tamiz fino, pero de fuerte tramado que alberga todas las restricciones que el ser humano ha ido inventando. La piel, poco a poco nos fue dando identidad, para bien o para mal, nos etiquetó con marcas indelebles capaces de alejarnos o aproximarnos a los otros. Sobre ella, como en un dúctil papiro, se escribió nuestra vida, recogiendo alegrías y pesares, los desvelos por lo nunca alcanzado, o la placidez del sueño a la sombra de un olmo verde.
Como el poeta, confesamos que hemos vivido, y que no negamos el mas mínimo surco escrito en ella.
A veces, nos metimos curiosos en pieles ajenas e intentamos ver el mundo desde ese nuevo lugar, para confirmar después, que a pesar de los pesares, el nuestro era mejor, aunque solo fuera por lo conocido.




El escritor sabe como nadie de los cambios de piel. De la inquietud y el desvelo que padece cuando sus personajes, indefensos y desorientados rondan al principio por su mente, en busca de un autor que les de un destino que vivir. Pero, los personajes como los hijos, solo son prolongaciones nuestras, que llegado su momento, se independizan dejándonos también, un poco huérfanos.
Por medio de los personajes, se busca el vivir vidas ajenas no atrevidas por inseguridades, cobardía, o la comodidad de la rutina; y cuando esas barreras se logran superar, ha cambiado tantas veces de piel, que la suya propia, llega a ser una amalgama de todas las demás en las que anduvo. En ese querer vivir otras vidas, aunque sea puro artificio, se apuesta y se expone la piel, quedando desprotegidos.




A través de ellos, y dependiendo de la imaginación, las carencias, o los “yoes” que nunca emergieron del interior de nosotros, seremos: audaces y sensuales cabareteras, científicos brillantes y medio locos; aventureros suicidas que se sumerjan sin miedo en los agujeros negros de la razón.
Cada personaje creado lleva nuestro rastro, marcas de agua, ciertos aromas que nos identifican como autor, especie de huellas dactilares que exponen nuestra historia de vida a la crítica ajena; porque somos dueños de la palabra emitida, pero no de su interpretación.
Otras veces el personaje creado, poco a poco se fue apoderando de nuestras palabras y actitudes, y con él dejamos que los demás nos reconocieran en un juego de identidades.
Pasó también, que el personaje creado, se apoderó del espacio y la fama de su creador, anulándolo prácticamente, como en el caso de Arthur Conan Doyle y su celebrado Sherlock Holmes.

Por eso, quizás dicen que los escritores, tienen rasgos de esquizofrénicos, por aquello de la cantidad de personajes que pueblan su mente, heterónimos conscientes y admitidos, o no conscientes, pero que de igual forma se hacen presentes con sus rasgos y características particulares. Arturo Graf lo tenia bien claro cuando decía: “El de la locura y el de la cordura, son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra”.

lunes, 5 de septiembre de 2011

LOS SENTIDOS Y EL ESCRITOR ( I )




Al buscar la definición de sentido, me encuentro con numerosas acepciones que van desde la expresión de un sentimiento, razón de ser, interpretación, etc. hasta llegar al sentido común, de la orientación, del equilibrio. Pero quiero referirme a los sentidos más utilizados o que más nombramos como la vista, el olfato, el oído, el gusto, el tacto, y hacer una conexión con el escritor, de cómo los percibe, los utiliza y se deja conducir por ellos, en el ejercicio de la comunicación y de la creación de personajes. Me llama la atención que estos, aunque por el adjetivo pertenecen al genero masculino, cuatro se perciben por medio de orificios de distintos tamaños y de diferentes formas. Pareciera una suerte de componenda de lo femenino, entendiéndose por femenino todo lo cóncavo, lo oculto, lo húmedo.




La vista . El sentido que más nos ubica

Alfredo Gómez Cerdá a la pregunta insistente y repetitiva de cómo se inspiraba a la hora de escribir, explicaba que él distinguía dos miradas: la interior y la exterior. La interior es la que dirigía hacia sí mismo, a su microcosmos. Su mundo interior está implícito en la creación de los personajes y a través de ellos indaga, formula y resuelve sus propias dudas. Por medio de la mirada exterior da cuenta del determinado momento histórico de un país, de la sociedad en que está inmerso; en la que él es también actor y espectador.
Esas dos miradas, no necesariamente van por separado, sino que están contaminadas la una de la otra generalmente. Algunos autores, por su determinada personalidad y recurriendo a sus vivencias, han preferido la interior; Dostoievski, en el Jugador, refleja su afición por el juego y la falta de control sobre éste, y através de la descripción del personaje hace un estudio riguroso del alma humana y todas sus vertientes. Otros, dieron más cabida al mundo que los rodeaba, conscientes de hasta que punto eran condicionados por una sociedad y unos lineamientos con los que le había tocado vivir. Charles Dickens por medio de sus protagonistas y las aventuras y desventuras de estos, describe con la minuciosidad de un historiador, el momento histórico en que enmarca sus personajes, la Inglaterra victoriana y los cambios que trae la proximidad de un nuevo siglo. También se podría decir que cada mirada a su vez engloba a otras muchas, que hace que sea infinito el camino por el que puede transitar un escritor.




El olfato. El sentido más evocador.

Según el científico Ellis Havellock, el olfato es el más desarrollado de los sentidos entre los mamíferos; el primero en informar con mayor precisión de todo cuanto a ellos se aproxima. Aunque ya, en el mono perdió su importancia, y en el hombre es casi sustituido por la vista. Aun así, conservó una fuerza emocional, que tal vez dependa de que su centro anatómico está situado en la parte más antigua del cerebro. Es un sentido imaginativo ante todo. Ningún otro sentido como este tiene el poder de la sugestión, la habilidad de despertar antiguos recuerdos con reverberaciones amplias y profundas. Bidet, en sus estudios sobre la preponderancia emocional de los olores en los casos de neurastenia, cita a Baudelaire y a Zola. En Las flores del mal, el poeta fue uno de los que más insistió en el significado imaginativo y emocional del olor. Por su parte Zola en todas sus novelas, pero particularmente en La falta del abate Mouret, se ve la misma insistencia acerca del significado de los olores de todos sus mas amplios registros. También se comprobó que Zola era de un tipo olfativo psíquico, que en él influían de un modo especial los olores y que tenia para ellos una memoria extraordinaria.
Del mismo modo que Zola, Nietzsche en sus escritos demuestra una sensibilidad y marcada antipatía hacia varios olores, cosa que ha sido considerada como una prueba de su gran sentido y agudeza olfativa.





El oído. El sentido que nos conecta

Si alguna vez hemos hecho la prueba de taparnos los oídos cuando estamos rodeados de gente, la sensación que tenemos, es de total aislamiento, de soledad. Tal es el poder de este vínculo que nos conecta y nos hace participar de lo que sucede a nuestro alrededor. Si por alguna razón quedáramos desconectados del exterior, creo que como método de salvación, volveríamos la mirada y la voz hacia dentro de nosotros. Han sido muchos los creadores que nos han dado muestra de ello: Beethoven, Goya y en la literatura  Pierre de Ronsard, escritor francés del siglo XVI. El hecho de quedar sordo por una enfermedad en su niñez, hizo que variara el rumbo de su historia. Noble de nacimiento, estaba predestinado a las armas sirviendo en la corte de Carlos IX. Su aislamiento le introduce en el mundo de las letras. Junto con otros compañeros también sordos funda La Pléyade y empieza a escribir poesía en francés, cuando sólo se utilizaba el latín. Aporta a la literatura universal el reconocimiento del francés como lengua de gran poder y belleza. Muere en 1585 casi completamente olvidado.


domingo, 31 de julio de 2011

SIESTA




Calor. Son las dos de la tarde y el cuarto está oscuro. Las persianas hacen sombras en las paredes blancas. El aire es denso y una mosca da vuelos rasantes y obstinados sobre los muebles. Busca la salida hacia la luz, tropieza una y mil veces para al final, quedar también amodorrada sobre la cabecera de la cama. Afuera, reverberan las palabras de los pocos que se atreven a salir, a unos espacios cegados por la luz. En la ventana, el geranio amarillo se despereza alebrestado por la visita del abejorro. Los comercios están cerrados; las santamarías descansan pesadas sobre el cemento. La ciudad está en toque de queda.


martes, 5 de julio de 2011

EL HORNO



Al día siguiente de llegar a vivir al apartamento de casada, le tocaron la puerta. Era la vecina de enfrente, una alemana grande y desgarbada que le traía un oloroso pan redondo con una moneda en el centro. Le explico que en Alemania era la forma acostumbrada de dar la bienvenida a los nuevos vecinos. El pan olía a lo que huele siempre el pan: a hogar. Este iba a ser el suyo por muchos años y la alemana, como una elefanta vieja y sabia, conocedora de caminos andados, así se lo dio a entender.

Pasadas las primeras semanas de poner en orden la vivienda, de acomodar ropa en los armarios, de vestir camas y de llenar espacios vacíos con matas, ella también prendió el horno. Y como en arte de magia el apartamento se hizo hogar.
Con los años vinieron los hijos y el horno funcionaba casi a diario. Primero empezó a hacer tortas para los cumpleaños infantiles, suspiros, islas flotantes que navegaban en mares de natillas. Todas eran recetas mágicas, una suerte de alquimia se producía en ese espacio caliente y luminoso, al que nadie se podía acercar por que estaba prohibido, pero que todos merodeaban impacientes.




El calor lo trasformaba todo, la mezcla blanduzca y de apariencia dudosa, al poco tiempo aparecía sólida, de formas firmes y sugerentes. La espera para comerla se hacia infinita, como solo en la infancia se percibe el tiempo.
Después las manos hábiles de las matriarcas, clavaban velas enanas en las tortas que se apagaban con urgencia y cortaban pedazos de proporciones exactas.
El tiempo de los compromisos llego rápido, los pastichos para el novio de la niña, la polenta para los compromisos de trabajo. Se amplió el espectro de los sabores, con los agridulces, amargos y salados. La mesa brillaba al filo de los cuchillos y la hondura mansa de las cucharas.

El horno no paraba, de su profundidad caliente salía un surtido repertorio con el que se trataba de complacer los gustos y caprichos de todo el mundo. En ese ir y venir de días y noches, de meses y de años, solo la ausencia consecutiva de los hijos, hacia pensar que el tiempo pasaba y se agotaban las posibilidades de conocer otros mundos que según leía en las revistas dominicales, existían y habían existido siempre.




Últimamente se hablaba mucho de las mujeres que trabajaban como ejecutivas, directoras de marcas, académicas y una serie de profesiones que ostentaban cargos de mucha responsabilidad y altas remuneraciones. Producía vértigo asomarse a esas páginas tan osadas y enterarse de tantas cosas tan especiales.
El silencio y la calma del atardecer empezó a inquietarla.
Sus pensamientos acostumbrados a la programación diaria de tareas y oficios, vagaban sin rumbo como peces entre corales.

Sus manos empezaron a endurecerse por la falta de detergente. Las uñas crecían puntiagudas y fuertes. Todas estas trasformaciones ocurrieron casualmente cuando el horno un buen día dejó de funcionar. Llamaron al técnico y este dijo, que se había obstruido en algún lugar el conducto que suministraba el gas, y que su reparación, era más o menos costosa.
Decidieron que más adelante se arreglaría, y quedó para guardar sartenes de todos los tamaños y usos. Su puerta de metal y vidrio empezó a chirriar con el sonido de lo abandonado.
Un día por una mezcla de curiosidad y de aburrimiento, empezó a acercarse al rincón donde estaba la mesa con la computadora, tan usada por sus hijos en otros tiempos. Cuando la prendió, el gris oscuro de la pantalla paso a azul, su color favorito, el color del mar, de lo profundo e inasible y esto, le encantó.
Pensó que lo mejor seria dejarse llevar por las redes invisibles y navegar por mares ignotos. Sentada frente a él, vio los sucesivos cambios de gobierno en el país, el exilio de los amigos, la transformación de la ciudad en ciudadela cuando la invadieron los eternos enemigos.




Por medio de la pantalla azul, conoció a unos niños totalmente diferentes a ella, que la llamaban abuela con acento extranjero. Asombrada por los cambios que traían los nuevos tiempos,  pensó que en la historia de cada mujer, estaba escrita la historia de la humanidad, como eslabones de continuidad hacia otros tiempos venideros; que su sabiduría consistiría en enlazarlos con la soldadura firme de lo vivido.
Con el tiempo, volvió a leer cuentos de hadas, a soñar con príncipes y a guardar los dientes caídos debajo de la almohada, esperando quizás, la visita del ratón que de nuevo la sorprendería en la madrugada.

Imágenes de Monserrat Gudiol
Tomadas de Artelibre

viernes, 24 de junio de 2011

LEONARD Y SUZANNE

Leonard Cohen


Este Octubre, en los Premios Príncipe de Asturias, veremos a Leonard Cohen recoger el premio de Literatura.
A todos nos sorprendió no verlo en el capitulo de las Artes, como Dylan en el 2007, Almodóvar en 2006, o Paco de Lucia en 2004.
Siempre le asociamos a la música, más que a la palabra. Conocimos su trabajo a últimos de los 60. Su voz sonaba como desganada y monótona, pero enganchaba, quizás por que imaginábamos los mundos que describía entre susurros, sobre todo la canción de Suzanne, sonaba a amores apasionados o quizás, imposibles.
Pero, Suzanne, no era fruto de su imaginación poética, la bella y hippiosa Suzanne Verdal, cuando se conocieron, era la esposa de su amigo el pintor canadiense Armand Vaillancourt.




Leonard Cohen hijo de emigrantes judío-lituanos, a pesar de una profunda educación dentro de los ritos judíos, estudia en una escuela laica, heredando de sus padres, un cierto eclecticismo religioso. A los 9 años de edad muere su padre, dejándole una visión del mundo melancólica y pesimista, que llevará a su poesía primero y después a la música.
A los 16 años ingresa en la universidad de MacGill, en Montreal, para estudiar literatura inglesa. Lee los clásicos y se encuentra, con el mundo poético de García Lorca, que deja una profunda impresión en él, abriéndole nuevas posibilidades creativas. En el tercer año de carrera abandona la casa familiar, y se muda con un amigo al centro de la ciudad.
Vive unos años de experimentos y búsquedas, viaja a New York, patea la ciudad, encuentra en los arrabales, ese otro mundo inmerso, underground, de prostitutas, drogadictos, del que no se habla habitualmente. En Harlem presencia un asesinato, lo escribe en su diario personal, todo sirve para sus composiciones; este universo está muy lejos de los libros de salmos de su infancia, pero todo convive en sus letras, su poesía esta cargada de resonancias bíblicas, pero también del absurdo cotidiano y descarnado de la vida.
Viaja a Europa, a Londres, pero es demasiado frío, y se instala en al isla griega de Hidra, comparte con marinos y gentes del pueblo sus historias, sus mitos.
De vuelta a Estados Unidos, comienza a participar en festivales folk, donde da a conocer su música.


Suzanne Verdal


En el poema de Suzanne, narra la historia de su amistad con Suzanne Verdal, las tardes de conversaciones, los días de tees y naranjas compartidas, los paseos por el río, enmarcados por una atracción que fluye y toma cuerpo, como la vida de ambos, en esos momentos. Opera prima de amores aun esperanzados, con la influencia del “paz, amor y libertad” que caracterizó la cultura hippie de los 60.
Después, vendrán, las letras filosas que hablen de los desencuentros amorosos, el vacío y la soledad que le dejaron muchas de ellas.
Como deltas de un mismo río, pero desembocando en lugares muy distintos, Leonard Cohen prosigue su carrera artística. Apoyado por la cantante Judy Collins, la canción se convierte en un éxito, se da a conocer en Europa, donde se vuelve un cantante de culto.
Suzanne, divorciada de Armand Vaillancourt, y con 3 hijos de padres diferentes, continúa con sus actuaciones de bailarina y coreógrafa de pequeños espectáculos, lleva una vida nómada en la que va recorriendo Estados Unidos. En uno de estas actuaciones, tuvo una fuerte caída y se dañó la espalda, imposibilitándola durante bastante tiempo. Después se pierde su rastro



                                             
Cuenta la leyenda urbana (hay poca información al respecto), que después del éxito de su canción, no se volvieron a ver en años, hasta un concierto en Minnesota, donde al descubrirla entre el publico, Leonard Cohen se le acercó, y le dijo textualmente “ Me regalaste una bonita canción, chica”.
Años después, se habló de un segundo encuentro, esta vez en una plaza de la zona antigua de Montreal, bailaba para un corrillo de espectadores, muy deteriorada físicamente, parece, que Leonard Cohen paso a su lado sin reconocerla.
Actualmente vive en Venice Beach, en el estado de California, prácticamente en la indigencia.

Algunos poemas de Leonard Cohen

http://amediavoz.com/cohen.htm


sábado, 11 de junio de 2011

LA SOLEDAD DEL CORREDOR DE FONDO

Virginia y Leonard  Woolf
                                                       


El corredor de fondo, solo, avanza entre los parajes agrestes por el que transita el camino que ya está marcado. Todo va quedando atrás, los campos, los competidores-compañeros. Un mundo nuevo se abre con cada zancada firme que asienta su pie. La tierra que pisa por primera y última vez sólo sirve de impulso para el siguiente paso hacia la zancada final, que le lleva al término del camino. La soledad inseparable camina a su lado, al mismo ritmo; hombre y soledad se complementan, se acompañan, se aceptan. Paralelas interminables. Nosotros sólo vemos en este acto, la gloria final, el triunfo, el reconocimiento, y olvidamos el vacío y el vértigo que conlleva bordear el límite en solitario.

Así como el movimiento es el síntoma de la vida, la quietud es de la muerte. Virginia Woolf reconoce en las pioneras el valor de lo callado y lo desatento de la vida. Mujeres como Lady Wilchelsea en 1661 “noble de linaje y también por su casamiento” abre fuego con su poesía que rezuma tristeza y resentimiento. Escribe poemas de rima dulce y de amarga ironía. Camina solitaria por los campos, “sufría de una triste melancolía”. Como no ser rara y melancólica, cuando en acallar las palabras que ahogan, se va gran parte de las energías.


Pinturas de Jhon  Everet Millais



La Duquesa Margarita de New Castle, de inteligencia indómita, escribe resentida: “la mujer vive como murciélagos o lechuzas, trabajan como bestias y mueren como gusanos”. Su mente un día se extravió entre los laberintos de setos de su enorme jardín. Sus rabias y sus iras apuntan al hombre, pero con disparos poco certeros que se diluyen en el tiempo; las emociones nublan su visión. Primero tendrá que distanciarse y sanar sus heridas. Más tarde surgen voces fuertes y combativas, que no se quedan atrapadas en el lamento y la queja. Luchan armadas de una débil pluma, traducen obras de otros y exigen un salario ante la mirada atónita del hombre.

     



Comienza el siglo XIX y trae con él, luz y fortaleza. Por esa época la mujer abre las ventanas que han permanecido cerradas por siglos, su voz y su mirada salta a través de ellas, incorporándose tímidamente primero y después, con el impulso y el apremio que otorga el reconocimiento del tiempo perdido. Esta contemplación del mundo le lleva a valorar otros temas: biografías, dramas, críticas; se asoma a la historia de la que siempre estuvo ausente. Mary Carmichael con Lifes Adventures abre un espacio nuevo en la literatura femenina. El valor y el aporte de ella, se encuentra en crear una voz propia y proyectarla para que abra caminos; ya que los libros, como los acontecimientos de la vida, son consecuencia unos de otros.

La mujer comienza a “ver” a la otra mujer y lleva a las páginas su mirada curiosa. Descubre su entorno, lo que ha sido su pequeño universo: la sala pequeña donde cocina y atiende a los hijos; y algunas, las más inquietas, hacen rimas con aromas a guisos y especie.
Durante toda la historia la mujer ha sido la hacedora de espacios, de nidos; en ellos se ha refugiado, los ha compartido, ha dejado siempre su impronta marcando su territorialidad de hembra. Virginia Woolf conoce el alma femenina y su constante desasosiego. Ahora le pide a la mujer que se haga de un cuarto y de una renta propia, como el primer paso hacia el reconocimiento y la valoración de si misma. Pero que no olvide “ que todos tenemos en la nuca una mancha del tamaño de un chelín que nunca podemos ver. Es uno de los buenos servicios que un sexo puede hacer al otro: describir esa mancha del tamaño de un chelín en la nuca”


Virginia Woolf, Un cuarto propio

martes, 31 de mayo de 2011

ASOCIACIONES A LA PALABRA TIERRA



Tierra, femineidad, vientre, barbecho, cadera escindida, piel expandida, pechos dulces, vía láctea,vigilias prolongadas, pequeñas alegrías, nanas susurradas, duermevela. Sumas

Ruedos alargados, besos secos, palpitaciones, mejillas encendidas, manos torpes, libros pesados, proyectos, faldas ajustadas, escotes imaginados, devaneos, libertades, búsquedas, encuentros, sueños compartidos, paréntesis. Multiplicaciones.

Palabra viva, frutas maduradas, cosechas recogidas, amores adquiridos, círculos concéntricos, nostalgias no digeridas, transparencias, soliloquios, provocaciones, tiempo en espera. Restas y divisiones.

viernes, 20 de mayo de 2011

LEER PARA ESCRIBIR




Escribimos, y a veces, la palabra cae en tierra fértil y abonada, que la recoge ávida de pensamientos e ideas floreciendo y germinando. Después, esta a su vez, también se multiplica y propaga. Otras veces la palabra cae en tierra que aun no está preparada para recibirla y apenas leída, desaparece en lo más espeso de nuestra memoria.

Leemos, y esas palabras nos abrieron a la vida, ensanchando nuestra mirada, haciendo un espacio permanente en nosotros.Por Tolstoy con su Ana Karenina,  conocimos el amor suicida y generoso, mas allá del propio instinto de conservación. En general, con los clásicos rusos, entre sus miles y miles de palabras y docenas de personajes, fuimos conociendo la psicología humana, envuelta en arquetipos, complejos unos, simples otros, que nos sirvieron de espejo donde mirarnos.

Galdós y Unamuno,   a través de unos personajes que podríamos encontrar en cada esquina de pueblo o ciudad, nos descubrieron esas dos Españas, de las que hablaba el poeta,  de que una de ellas, o quizás las dos, nos helarían el corazón, años mas tarde.

La poesía cobijó nuestros primeros amores. Fue cómplice de latidos y sonrojos, de búsquedas amorosas, terribles decepciones. Machado, Lorca y Hernández, nos acompañaron  con su influyente y sutil voz.




La necesidad del cuarto propio, de nuestro espacio intimo y ganado por derecho, a golpes muchas veces, nos lo hizo evidente Virginia Woolf y Simone de Beauvoir, que nos abrieron los ojos y nos tendieron las manos para apoyarnos las unas en las otras.

Con Clarice Lispector nos reconocimos en la niña que escribe en Felicidad Clandestina. Recordamos a la compañera maluca, envidiosa y fea que en algún momento de nuestra infancia, nos atormentó la vida, y hubiéramos querido fumigarla cual animalito rastrero, pero nuestra indefensión infantil, no nos lo permitió.

Rupert Sheldrake, Paul Maclean y Eduardo Punset, confirmaron nuestras sospechas de que somos producto del azar, de una evolución maravillosa y compleja. De que el alma está en el cerebro, ese órgano misterioso que los científicos van descubriendo constantemente. Que el miedo a la muerte, es el gran motivador para establecer religiones y para la creación en general.

Leemos y escribimos para conocernos y entender un poco, el mundo que nos rodea.  A través de las lecturas vamos formando nuestros propios criterios y estilos de vida. Lectura, escritura, dos actos que se complementan, se enriquecen mutuamente y no se conciben el uno sin el otro.

miércoles, 11 de mayo de 2011

ÉRASE UNA VEZ, HANS CHISTIAN ANDERSEN


Dicen que la vida se puede vivir de muchas maneras, una de ellas es como un cuento. Así lo quiso Hans Christian Andersen. Desde su nacimiento tenía todos los componentes de un cuento clásico, y con los años, él se encargó que tuviera el final feliz que los caracteriza. En su autobiografía escribe: “mi vida es un cuento maravilloso, marcado por la suerte y el éxito”. Pero como todos sus personajes, vivió las contradicciones humanas, sólo que en su empeño por salirse de los caminos establecidos, logró hacerse uno a su gusto y transitar por él.
Nace el 2 de abril de 1805, en una Dinamarca fría y luterana, poseedora de la monarquía más antigua de Europa (siglo X).En su memoria colectiva habitan duendes, ninfas, elfos, ondinas, hadas y brujas, seres especiales con los que el escritor irá tejiendo las largas trenzas de Rapuncel. Su padre, un zapatero remendón, de escasa cultura pero de imaginación desbordante, fue el encargado de crearle un mundo paralelo, lleno de fantasía, donde padre e hijo se encontraban y compartían el arte del escapismo del precario mundo que los rodeaba. Con Simbad el marino y Scherezade, las noches danesas se volvían cálidas y se multiplicaban por mil y una las historias que únicamente el sueño acallaba. La muerte de su padre cuando Hans contaba 11 años, lo dejó huérfano de historias y de sueños. Su madre se volvió a casar, y en sus momentos de sobriedad, pensaba que el oficio de sastre sería el ideal para ese adolescente de piernas largas, nariz prominente y ojos tristes.




A los 14 años y después de la muerte de su madre, Andersen con la maleta más llena de fantasías que de otra cosa, se muda a Copenhague. La ciudad lo recibe indiferente, y pronto entra a formar parte del gheto de los olvidados. Intenta ser actor y cantante, ya que tiene una capacidad innata de inventarse la vida; pero pasa hambre y frío. La soledad no lo abandona hasta que conoce a Jonas Collin, director de Teatro Real, el que será su benefactor por el resto de la vida. Collin le consigue una beca para terminar sus estudios de bachiller en la escuela de Slagelse, graduándose a los 23 años. A partir de entonces empieza a escribir, dando forma y materializando las historias que inundan su cabeza. Andersen era un hombre polifacético, se interesaba por el teatro, la poesía, los libros de viajes, pero en una conversación con su gran amigo Hans Christian Orsted, éste le animó después de leer sus novelas y cuentos, a que se decidiera por estos últimos: “ya que las novelas le harían famoso, pero los cuentos inmortal”. Andersen continuó escribiendo obras para el teatro y novelas, siendo precisamente sus novelas las que le abren el camino, cuando son ampliamente difundidas en la Alemania de 1830. Se publican más tarde sus primeros cuadernillos de Cuentos contados para niños, y poco a poco comienza a adentrarse de una forma profesional y remunerada en el mundo de la literatura infantil. Sus narraciones promueven una mirada nueva sobre los cuentos, ya que su creatividad innovadora convoca a hacer un viaje hacia el mundo interior de los protagonistas. Sus personajes son desdoblamientos de él mismo: luchadores empecinados, que no se quejan de las dificultades por las que tienen que pasar, más bien salen fortalecidos, porque lo importante es mantenerse fiel a sus propósitos e ideales reflejándolo admirablemente en el cuento El patito feo, suerte de metáfora autobiográfica. Sus personajes están tomados de las viejas leyendas y de los cuentos populares, pero Andersen les arropa con su impronta haciéndolos únicos. Sus temas son los que han movilizado al ser humano desde el comienzo de la historia: el amor y el odio; el bien y el mal; la bondad, la avaricia, la pobreza; la soledad y la muerte. A cada tema le dio un trato especial, su sensibilidad y el recuerdo de su pasado hacían que se impresionara ante las situaciones de pobreza y abandono, reflejándolas en historias como La vendedora de fósforos.



Nunca pudo desprenderse de la sensación de soledad que le dejó su infancia. Como no formó una familia, vivía en pensiones y hoteles, y más tarde, cuando la fama lo orropó con su brillo, pasaba grandes temporadas invitado en las casas señoriales danesas. Hans Christian Andersen siempre estuvo de paso, no se enraizó a ninguna tierra. Con Dinamarca mantuvo una relación de amor-odio, no podía pasar grandes temporadas lejos, pero cuando volvía a ella, criticaba duramente su conservadurismo y la estrechez de miras con las que se vivía. Sus diarios describen a un hombre que no se pudo deslastrar de su origen de clase y reiteradamente lleva al papel el argumento del desarraigo social, ejemplo de ello es la obra de teatro El mulato, historia de un hombre que no es ni negro ni blanco, que vive entre dos mundos y es afectado por la rebelión de los esclavos. En la Sirenita también reflejó el tema de vivir entre dos aguas, entre dos mundos; la tristeza de dejar un mundo, sin ser aceptado totalmente en el otro superior. Deambuló entre la aristocracia, la alta burguesía y los estratos más bajos de su proletariado, sin sentirse identificado plenamente con ninguno de ellos; quizás este fuera el motivo de su desarraigo y angustia existencial. Vivió en Odense su ciudad natal y Copenhague, y después, pasó 9 años recorriendo el mundo; fue el escritor danés de su época que más viajó. En Inglaterra conoció a Dickens con el que compartía la mirada hacia los más humildes y a través de éstos describió la sociedad de su época. De Italia le conmovió su arte y la belleza de su paisaje. Entre 1862 y 63 viajó por España, quedando fascinado por la ciudad de Málaga; su mar, el encandilamiento de su luz y el sentimiento festivo de la vida que poseía el andaluz, le impresionaron gratamente. Después de largas jornadas de viajar, se sentaba a la mesa y escribía sus impresiones sobre el país.



La vida de Hans Christian Andersen se desarrolló entre el espacio vacío que le proporcionaron dos culturas, dos clases sociales, dos épocas; polos opuestos entre los que se busca el balance y la seguridad del punto medio, pero es también el lugar en el que se percibe con más claridad, el desarraigo existencial y la soledad.



El amor también fue para Andersen un lugar de paso. Se relacionó con las mujeres unas veces en términos amistosos y familiares y otras, consagrándoles un amor platónico propio de un poeta. Con la cantante sueca Jenny Lind le unió una relación muy especial: “estábamos en 1840, y entonces nació una amistad que tuvo para mi gran importancia en lo espiritual”, escribe en sus diarios. La conoció siendo ya famoso, admiraba su belleza y su hermosa voz; en cierta ocasión le solicitó su contribución artística para la causa de los niños desamparados, ella aceptó gustosa ya que lo admiraba y sentía un gran respeto por el hombre que había enfrentado su destino tan valientemente. Cuando la cantante estaba en Copenhague, se veían casi a diario, y cuando los compromisos artísticos de ambos los separaban, mantenían una fructífera relación epistolar. Su relación con los Collin le dejó un recuerdo agridulce. Jonas Collin fue su benefactor y amigo hasta el final de su vida, encontrando en ellos una autentica familia. Pertenecientes a la intelectualidad de la alta burguesía danesa, ejercieron de mecenas ya que creían en su gran capacidad como escritor y artista, pero se les hacía muy difícil salvar el gran escalón social que los separaba. Hans se sintió atraído por Edvard el hijo de los Collin, para el escritor representaba los valores tanto individuales como sociales que él admiraba: su educación exquisita, la nobleza de su cuna y la seguridad que le había proporcionado el haber nacido en el seno de una familia estable que cubría, al menos en apariencia, todos los cánones ético-sociales que exigía la época.

Para 1840, Andersen ya era un escritor reconocido internacionalmente, sus cuentos se editaban en todos los idiomas europeos. Frecuentaba los principales personajes de la nobleza danesa y el rey le concedió el titulo honorífico de Consejero del Estado y tiempo después, el de Hijo predilecto de la ciudad de Odense. Su fama y reconocimiento no le hicieron olvidar lo humilde de su procedencia y el esfuerzo inmenso que había supuesto el emprender el vuelo y remontarse, como su personaje de la cigüeña, en lo más alto de la escala social. Fue el primer escritor danés que aceptó la invitación para contar cuentos en la Asociación de Trabajadores. Durante más de veinte años contó sus cuentos a los centenares de oyentes que le oían fascinados. Quizás fuese la manera que encontró de agradecer a la vida; o quizás, sólo se sentía uno más entre los hombres y mujeres que libraban batallas diarias contra la desesperanza y el olvido.

El día 4 de agosto de 1875 muere Andersen en la ciudad de Copenhague. Es enterrado como era su deseo, en el pabellón donde reposarán también años más tarde, su amigo y heredero universal Edvard Collin y su esposa Henriette.


lunes, 2 de mayo de 2011

ENCUENTROS / DESENCUENTROS



Obra de Ana Muñoz



Me digo tantas veces, tengo que dejar de espiar sus ventanas, su balcón cerrado al viento y a la luz, de perseguir su voz por los pasillos de las escaleras; de buscar el encuentro fortuito en el portal.
Pero necesito que él sepa que existo, que estoy cerca, y como animal en celo acechando sus movimientos. Si él lo supiera, quizás compartiría su soledad con la mía, olfateando ambientes, propiciando acercamientos. Pero no lo sabe, quizás solo lo imagina, porque siento que también conoce la ansiedad de mi mirada, porque se detiene en ella, en mi cuerpo que se tensa en su presencia.
De pocas palabras como yo, solo nos reconocemos en los silencios que nos identifican ante los otros, y cuando nos espiamos el mas pequeño de los movimientos.
Pero es respetuoso, sabe que soy casada, que tengo dueño, y que este me guarda en una cajita de cristal, por donde yo miro y sueño. Y las veces que he salido de ella, me aturdo y me enredo como un animal diurno en la oscuridad. Por eso quizás solo acecho, husmeo y después me repliego sobre mi misma.

martes, 26 de abril de 2011

LA LLAMA DOBLE DE OCTAVIO PAZ




Cuando Octavio Paz concluyó de escribir La llama doble en 1993 tenía 80 años. Eran tiempos de reflexión y premura de verter al papel, lo que había significado su experiencia de vida y su pensamiento, sobre las interrogantes que le acompañaron: la otredad  y el comprender la esencia del ser mexicano, la figura de Sor Juana como cruce de caminos y tiempos históricos, y como un final de acto, su concepto sobre el amor y la muerte; de cómo él los vivió e interpretó. En realidad, había comenzado a tomar notas desde 1963, sólo que para ese entonces, eran otras las urgencias a las que tenía que atender y otros, los compromisos que le ocupaban.

En La llama doble, atiende sin más dilación, las pulsiones y las dualidades a las que se vio sometido como cualquier ser humano, sólo que a esa edad, el tiempo apremia, y el mareo se convierte en vértigo.
La prosa poética con la que expresa las ideas, es en sí misma, el reflejo de la dualidad de la que habla. Porque no se puede hablar mejor de amor y erotismo, que en poesía, y no se pueden expresar conceptos precisos, sin la prosa.

Líneas curvas que forman la redondez del verso, rotas por la linealidad de la reflexión. Una y otra se complementan, en un encuentro amoroso en la blancura del papel.
                                                             


En el primer capítulo, Los reinos de Pan, que por cierto, en una de sus genealogías era un dios feo, enamoradizo y musical, hace un introito, donde acompaña con suaves pasos al lector por laberintos boscosos, hacia el encuentro de su propio concepto sobre el amor, el erotismo y la sexualidad.

Para Octavio Paz, la sexualidad es un instinto básico, cuyo fin biológico es la reproducción, la base de una pirámide fuertemente enraizada en lo primigenio de nuestra raza. El erotismo, estado intermedio entre la sexualidad y el amor, exclusivamente humano, es cambiante con los tiempos y  las culturas. Paz lo define: “el erotismo es ante todo sed de otredad”. En cuanto al amor, según lo veía Platón, era una especie de locura, enajenación de los sentidos que arrebatados, buscan la plenitud de ser, mitigando la soledad ontológica con la que nacemos.

La imaginación, es otra de las palabras en que se apoya el texto de Paz. Como el erotismo, es creación humana, capaz de dar vida a lo inexistente, luz a las oscuridades, y que al invocarla, se hace presencia, toma cuerpo, para luego ensartar en ella, las fantasías y anhelos olvidados.
La poesía y la imagen, son el idioma en que nos hablan los sueños y los poetas. Unas y otras en Octavio Paz se vuelven palabras de conocimiento y sensualidad plena, con las que quizás él, aspiraba encontrar la salida a su laberinto de la soledad.
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