Ednodio Quintero ( Venezuela 1947 )
Los mejores relatos. Visiones de Kachgar
Colección País Portátil 2006. bid & co.editor ca.
Conocí la obra de Ednodio Quintero en los talleres de Escritura Creativa de Israel Centeno, con el que compartimos clases memorables y paseos por el parque del Este. Entonces nos hablaba de que era uno de los escritores venezolanos que más admiraba, con una obra original, que abarca ensayo, narrativa y guiones para cine. Quisquilloso y perfeccionista al máximo, sus cuentos son pequeñas piedras que va puliendo hasta encontrar la beta preciosa que cada uno encierra en si misma. Profesor de la Universidad de los Andes (Mérida), admirador desde la infancia de los cronópios de Cortázar y del solitario Gregorio Samsa, comienza a escribir a los 40 años, la novela La danza del Jaguar con la que se abre un espacio definitivo en la literatura venezolana.
Ha recibido entre otro los siguientes premios: En 1994, Premio Miguel Otero Silva de la Editorial Planeta por El Rey de las Ratas. En 1999, Premio Francisco Herrera Luque, de la Editorial Grijalbo- Mondadori por El Corazón ajeno.
TATUAJE
Cuando su prometido regresó del mar, se casaron. En su viaje a las islas orientales, el marido había aprendido con esmero el arte del tatuaje. La noche misma de la boda, ante el asombro de su amada, puso en práctica sus habilidades: armado de agujas, tinta china y colorantes vegetales dibujó en el vientre de la mujer un hermoso, enigmático y afilado puñal.
La felicidad de la pareja fue intensa, y como ocurre en esos casos, breve. En el cuerpo del hombre revivió alguna extraña enfermedad contraída en las islas pantanosas del oeste. Y una tarde, frente al mar, con la mirada perdida en la línea vaga del horizonte, el marinero emprendió el ansiado viaje a la eternidad.
En la soledad de su aposento, la mujer daba rienda suelta a su llanto y a ratos, como si en ello encontrase algún consuelo, se acariciaba el vientre adornado por el precioso puñal.
El dolor fue intenso, y también breve. El otro, hombre de tierra firme, comenzó a rondarla. Ella, al principio esquiva y recatada, lentamente fue cediendo terreno. Concertaron una cita; y la noche convenida ella lo aguardó desnuda en la penumbra del cuarto. Y en el fragor del combate, el amante, recio e impetuoso, se le quedó muerto encima, atravesado por el puñal.