sábado, 15 de octubre de 2011

ENCAMADOS



En 1967, se estrenó la obra de teatro La Fiaca ( La pereza ), del autor argentino Ricardo Talesnik. Fue un rotundo éxito de público y crítica. La trama era simple pero llena de matices y aristas, una dura mirada sobre la realidad monótona y embrutecedora de un empleado que trabaja para una gran empresa de Buenos Aires, que una buena mañana y sin que mediara ningún problema de por medio, decide no levantarse mas de la cama, alegando que tiene “fiaca”, y no le da la real gana de salir de la cama. De esta decisión derivará toda una suerte de problemas que se van desarrollando en el transcurso de la historia.
La literatura está llena de grandes y famosos acostados, escritores que por distintas razones, un día decidieron no levantarse mas, pasando a ser la cama, su lugar de vida y trabajo; su lugar en el mundo.

Luis Landero, interesado en el tema, le dedicó dos libros: Los tumbados, y Tumbados y resucitados. Para él este personaje, “ no es un holgazán, ni un neurótico, ni un simple enfermo imaginario” si no una persona que “ opta por suspender su actividad social y se abandona espléndidamente a la inacción”.
Para Caballero Bonald,  Los acostados y otras controversias, el tema de los acostados le resultaba familiar y cercano, ya que contaba con 5 parientes que habían tomado esta determinación, entre ellos dos mujeres, la tía Carola, “cuya decisión tuvo el mismo significado que si hubiera entrado en un convento” y la tía Isabela, que solo se encamaba “ por temporadas”.




De hecho, Marcel Proust escribió su novela-río, En búsqueda del tiempo perdido, en la cama. De naturaleza sensible y neurótica, cubrió todas las paredes del cuarto con corcho, y la ventana, para que no entrara la luz del sol, les mandó poner celosía, de esta manera su aislamiento del mundo era total, solo escribía y escribía en una vigilia ciega, en que se le confundían los días con las noches. En ese transcurrir de las horas fue perdiendo las secuencias normales del sueño y la vigilia, teniendo que recurrir al veronal para dormir y después a la adrenalina y la cafeína para mantenerse despierto.
En unos escritores los encamamiento duraron semanas o meses, temporadas, una vez terminadas estas, volvían a su vida vertical de siempre.




Cortázar desde su casa en la campiña francesa, cerca de Aix-en-Provence, se encerraba en un cuarto cara a la pared, para no distraerse con los sonidos y las vistas de la ventana, y desde allí, como en su infancia, como jugando legos mentales, armando lo absurdo hasta llegar a lo racional, daba rienda suelta a su imaginación, creando personajes, como sus cronopios, seres “verdes y húmedos”, con los que jugaba como un niño grande.

Oscar Wilde, Unamuno y Valle Inclán, por temporadas, recibían a sus visitas desde la cama, desde allí compartían charlas, intercambiando ideas y lecturas como la cosa mas normal y cotidiana. Sus amigos y visitantes se fueron acostumbrando al hecho de hacer las tertulias de esta manera tan particular.
Juan Carlos Onetti, “el gran tumbado” como le llamaron algunos, en sus últimos años de vida, vivió en un piso de la Avenida de América en Madrid, dedicando este tiempo a los placeres que el cuerpo le pedía: leyendo, escribiendo, fumando y bebiendo whisky.
Desde ese espacio, y acompañado hasta sus últimos días, por su paciente esposa Dolly, se fue preparando para el gran viaje final.

domingo, 2 de octubre de 2011

ALEJANDRA PIZARNIK Y LEÓN OSTROV




De los griegos aprendimos aquella máxima que recomendaba “conócete a ti mismo” como principio y filosofía de vida.
Después Freud y sus descubrimientos sobre el inconsciente nos convencieron de la necesidad de ahondar en ese pozo sin fondo que almacena, sin aparente lógica y sentido, nuestra historia de vida, memoria familiar y colectiva. Pero no es fácil, hurgar y sacar a flote lo que permanece a la sombra sin correr el riesgo de conocer aspectos de nuestro carácter y formación, que hubiéramos preferido muchas veces, dejar ahí, en el olvido y a cubierto de miradas y juicios, aunque fueran los nuestros.

¿El beneficio de hacerlo? aliviar penas y angustias a través del conocimiento y la comprensión de nosotros mismos. El medio será la palabra, el discurso por el que el analista y el analizado irán hilvanando y dando forma a un presente, aunque este haya sido condicionado por el pasado. Porque es el presente el que necesitamos sanar, aliviar, y hacernos grato el aquí y el ahora, aunque nos sea tan difícil de situar.
A través de ese monólogo-dialogo, que se establece en la consulta se irá trenzando pasado y presente, y las voces íntimas que reclamaban y o se hacen audibles por medio de conductas que no llegaba sino a mas laberintos sin salida, pueden hacerse entendibles, o al menos aceptables.


Alejandra Pizarnik, durante muchos años, tuvo contacto con el psicoanálisis. De una sensibilidad extrema,” precoz y procaz” como ella se define en su diario el 18 de marzo de 1961; acomplejada desde niña por su estatura pequeña (1,50 cm) su gordura, y su tartamudez, se convirtió en un ser atormentado y de difícil trato. En la adolescencia empezó a utilizar anfetaminas, y con sus crisis frecuentes, ansiolíticos. León Ostrov fue el analista con el que mantuvo una comunicación más especial y desde su estancia en París una correspondencia que duraría años. León Ostrov, poeta y literato fue profesor de Psicología Experimental en la Universidad de Buenos Aires.

Durante el análisis y por medio de la palabra se establece una comunicación entre médico y paciente, se crean lazos, puentes, que unen afectivamente con intensidad y que más tarde, perduraran en el tiempo.
A ambos les unía, su ascendencia judío-rusa, la sensación de vivir entre dos aguas, dos culturas. De formación humanística y literaria, los dos compartían los mismos sentimientos de admiración hacia la poesía, en una declaración de Ostrov a la Nación en 1983 declara: “Quedaba en ocasiones, si no olvidada, postergada mi específica tarea profesional, como si yo hubiera entrado en el mundo mágico de Alejandra no para exorcizar sus fantasmas si no para compartirlos y sufrir y deleitarme con ellos, con ella. No estoy seguro de haberla siempre psicoanalizado; sé que siempre Alejandra me poetizaba a mi”.




Se define como transferencia, la carga afectiva y las vivencias que proyecta inconscientemente el analizado en su analista. Es decir, la persona sentirá hacia su terapeuta, los mismos sentimientos y prejuicios que sintió hacia sus padres, o las personas que fueron significativas para él durante su infancia. Podrá entonces, sentir enamoramiento, rabia, admiración, desconfianza, temor, etc, sin tener la seguridad del porqué de estas sensaciones que experimenta.

Por su parte, el terapeuta y en términos conscientes, experimentará igualmente, todo un registro de sentimientos al tener también su propia historia de vida. El profesional sano, sabrá manejar adecuada y éticamente estas proyecciones surgidas entre ambos, en el transcurso de las sesiones terapéuticas. Para Freud, la transferencia y la contratransferencia conformaban el Alfa y Omega del proceso analítico, durante el cual la persona pueda hacer consciente su pasado, sanar heridas, y de esta manera, dejar de repetir conductas y patrones infantiles que infieren de una forma negativa en el presente.
Alejandra escribe a León Ostrov desde Francia : " Gracias por sus cartas, por lo que dice y por cómo lo dice. Aquí está por estallar una guerra civil pero no se la siente. El cielo fue blanco este mes, fue una ausencia, era una tristeza, un puerto entre los mundos. Me gustaría saber de Buenos Aires, es decir de usted y de unos pocos más que quiero. Le enviaré una carta más larga, enamorada del primer pronombre como todas las anteriores. No se preocupe por las direcciones ni los cambios de domicilio que merecen por lo menos un Proust para referirlos”.




En 1964 se instala definitivamente en Buenos Aires, y desde su eterna adolescencia, escribe, publica y se relaciona con poetas y pintores.
En 1968 recibe la beca Guggenheim que le permite seguir cultivando su vida de poeta rebelde que explora y bordea los limites de la razón. Su estado anímico se resiente con la muerte de su padre, que para ella significa, la toma de conciencia de su adultez, y una profundización de su sentimiento de soledad.
Entra y sale de establecimientos psiquiátricos, pasando de profundas depresiones a estados de vigilia y alertas permanentes.
Sus voces internas se multiplican igual que su producción literaria, escribe poesía, narrativa, teatro, diarios, correspondencia. En 1971 le conceden la beca Fulbright.
Sus acercamientos a la muerte, tienen el día 25 de septiembre de 1972 un desenlace final, ingiere 50 pastillas de Seconal y muere al amanecer.
Tenía 36 años y a partir de entonces comienza su leyenda.
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