>> Mis generales holgaron en perfidia para ayudarme a
deshacerme de mi Manuela, apartándola en algunas ocasiones, mientras que yo me
complacía con otras. Por eso tengo esta
cicatriz en la oreja. Mire usted ( enseñándome su grande oreja de S.E. la
izquierda, que tiene una fila de dientes
muy finos, y, como yo si yo no supiera
tal asunto), este es un trofeo ganado en mal alid: ¡en la cama! Ella encontró
un arete de filigrana debajo de las sábanas, y fue un verdadero infierno. Me
atacó como un ocelote, por todos los flancos; me arañó el rostro y el pecho, me
mordió fieramente las orejas y el pecho, y casi me mutila. Yo no atinaba cual
era la causa o argumentos de su odio en esos momentos y, porfiadamente, me
laceraba con esos dientes que yo también odiaba en esa ocasión. Pero ella tenía
razón: yo había faltado a la fidelidad jurada, y merecía el castigo. Me calmé y
rebajé mis ánimos, y cuando se dio cuenta de que yo no oponía resistencia, se
levantó pálida, sudorosa, con la boca ensangrentada y mirándome me dijo:¡Ninguna, oiga bien esto señor, que para eso tiene oídos: ninguna perra va a
volver a dormir con usted en mi cama (enseñándome el arete) No porque usted lo
admita, tampoco porque se lo ofrezcan. Se vistió y se fue.
Las más hermosas cartas de amor entre Manuela y Simón.
Fundación Editorial El Perro y la Rana, 2010
Imágenes tomadas de Internet