VENGANZA
Ednodio Quintero
Empezó
con un ligero y tal vez accidental roce de dedos en los senos de ella. Luego un
abrazo y el mirarse sorprendidos. ¿Por qué ellos? ¿Qué oscuro designio los
obligaba a reconocerse de pronto? Después largas noches y soleados días en
inacabable y frenética fiebre.
Cuando
a ella se le notaron los síntomas del embarazo, el padre enfurecido gritó:
“Venganza”. Buscó la escopeta, llamó a su hijo y se la entregó diciéndole:
-Lavarás
con sangre la afrenta al honor de tu hermana.
Él
ensilló el caballo moro y se marchó del pueblo, escopeta al hombro. En sus ojos
no brillaba la sed de venganza, pero sí la tristeza del nunca regresar.
LA MUERTE VIAJA A CABALLO
Al atardecer,
sentado en la silla de cuero de becerro, el abuelo creyó ver una extraña
figura, oscura, frágil y alada volando en dirección al sol. Aquel presagio le
hizo recordar su propia muerte. Se levantó con calma y entró en la sala. Y con
gesto firme, en el que se adivinaba, sin embargo, cierta resignación, descolgó
la escopeta.A horcajadas en un
caballo negro, por el estrecho camino paralelo al río, avanzaba la muerte en un
frenético y casi ciego galopar. El abuelo, desde su mirador, reconoció la
silueta del enemigo. Se atrincheró detrás de la ventana, aprontó el arma y
clavó la mirada en el corazón de piedra del verdugo. Bestia y jinete cruzaron
la línea imaginaria del patio. Y el abuelo, que había aguardado desde siempre
ese momento, disparó. El caballo se paró en seco, y el jinete, con el pecho
agujereado, abrió los brazos, se dobló sobre sí mismo y cayó a tierra mordiendo
el polvo acumulado en los ladrillos.La detonación
interrumpió nuestras tareas cotidianas, resonó en el viento cubriendo de
zozobra nuestros corazones. Salimos al patio y, como si hubiéramos establecido
un acuerdo previo, en semicírculo rodeamos al caido. Mi tío se desprendió del
grupo, se despojó del sombrero, e inclinado sobre el cuerpo aún caliente de
aquel desconocido, lo volteó de cara al cielo. Entonces vimos, alumbrado por
los reflejos ceniza del atardecer, el rostro sereno y sin vida del abuelo.
Ednodio Quintero, escritor
venezolano, nacido en el estado
Trujillo. Profesor de la Universidad de los Andes (Mérida), admirador desde la
infancia de los cronópios de Cortázar y del solitario Gregorio Samsa, Comenzó
escribiendo cuentos cortos de intensas imágenes, paisajes agrestes y economía de palabras,
autenticas joyas de la narrativa venezolana. Con la novela La danza del Jaguar
se abre un espacio definitivo en el panorama latinoamericano.
Interesado en la cultura
oriental, reside por largas temporadas en Japón donde aprende el idioma y
observa la vida. Ha prologado a Akutagawa, el autor de Rashomon, el mejor
cuentista de habla japonesa.