jueves, 30 de septiembre de 2010

QUERIDA MARILYN



Yo soy...                                                                   
¿Mis alas? Dos pétalos podridos
¿Mi razón?  Copitas de vino agrio
¿Mi vida? Vacío bien pensado
¿Mi cuerpo? Un tajo en la silla
¿Mi vaivén? En gong infantil
¿Mi rostro? Un cero disimulado
¿Mis ojos? ¡ Ah! Trozos de infinito

Alejandra Pizarnik

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El Conejo y el León
[Fábula. Texto completo]
Augusto Monterroso

Un celebre Psicoanalista se encontró cierto día en medio de la Selva, semiperdido.
Con la fuerza que dan el instinto y el afán de investigación logró fácilmente subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo observar a su antojo no sólo la lenta puesta del sol sino además la vida y costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los humanos.

Al caer la tarde vio aparecer, por un lado, al Conejo; por otro, al León.

En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que el hombre era hombre.

El León estremeció la Selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, vio un instante a los ojos del León, dio media vuelta y se alejó corriendo.

De regreso a la ciudad el celebre Psicoanalista publicó cum laude su famoso tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la Selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza, y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.

Cortesia Ciudad Seva
Las sombras del parque

            Todos los parques tienen su historia, historias que han pasado de padres a hijos hasta endurecerse y hacerse de piedra; vidas que han quedado estáticas, paralizadas en el tiempo. Palabras que se han enredado como tiña en los viejos árboles. Latidos del corazón suspendidos en las ramas. Suspiros que nunca llegaron a salir de la tímida boca de de un adolescente. Sombras que vagan buscando las luces. Juguetes perdidos. Risas descansando tranquilas y plácidamente a la hora de más calor.

Una buena mañana, una bandada de loros verdes y azules, de esos que ensordecen a su paso, quisieron  anidar en el parque, buscando su solución habitacional. Todo estaba copado, las ramas, los árboles, las sombras. No tuvieron más remedio que hacer una especie de cónclave en el cielo. Primero se pusieron  en círculo, en medio estaba la mayor, una lora verde y azul, de garras largas y plateadas y pico de oro, que en un ala llevaba toda la sabiduría acumulada de este mundo.

            Así pasaron días, semanas y no llegaban a un acuerdo, realmente no había un lugar ya creado para ellos; tendrían que hacer el suyo propio. Decidieron en vez de quedarse estáticos, seguir en sus vuelos de reconocimiento, pero esta vez irían en forma de V con la vieja lora a la cabeza, así estarían seguros, protegidos y bien guiados. Pensaron ir al océano inmenso y profundo, pero siempre teniendo a la vista las montañas, con sus verdes y ocres; sólo así estando en la encrucijada, entre los dos caminos, tendrían un lugar propio.

viernes, 17 de septiembre de 2010

ARQUETIPOS FEMENINOS

                                                                                            
           

Cuando se habla de feminidad, se habla de misterio, de fuerza, de principio y fin de todas las cosas; de vida y de muerte. Hay tres arquetipos que rigen estos conceptos. Arquetipo según el psiquiatra suizo Jung, son imágenes recurrentes que aparecían en las fantasías y sueños de sus pacientes, Jung los llamó  “arquetipos”. Analizando sus componentes “arque” antiguo y “tipos” típico, este término Jung lo utilizó, tanto para expresar la antigüedad, como la naturaleza  constante de ciertas imágenes. Estos arquetipos han estado  presentes, durante toda la historia evolutiva del hombre y es común a las distintas culturas, es decir, los mismos arquetipos con distintos nombres, aparecen en las diversas civilizaciones tanto orientales como occidentales, estando presentes en la India, China , países nórdicos y en los indios de la América –prehispánica.

Démeter, para los griegos, Venus –Afrodita para los romanos, el arquetipo de la Madre, como principio de todo, la que ayuda, da seguridad, la que siembra y da a luz a Kore, la diosa doncella y que al ser raptada esta, la busca por toda la tierra, y la llora; pero también reconoce que amarla no es  solo protegerla y cuidar de su bienestar. Amarla es también dejar que descubra y viva sus propios infiernos

Kore, la diosa doncella, primera edad de la mujer. Hija de Zeus y Démeter. Es raptada por Hades mientras juntaba flores con otras ninfas. Su madre Démeter la busca con desesperación paralizando toda la vida sobre la tierra hasta encontrarla.

Hécate, reina de la noche, también llamada Eleuthera, Leto, Selene, relegada en el transcurso de la civilización y  conocida universalmente por el nombre de la bruja. Está conectada con Poseidón dios de las tinieblas marinas.

Ésta diosa esta siempre presente en Démeter y en Kore, por eso se habla de dos edades en la mujer, por que Hécate esta en ambas. Es la diosa más contrastante, ayuda a la mujer a parir, pero también devora a sus hijos, tranquiliza a las mujeres encinta, pero sus aullidos las asustan.

Es una diosa lujuriosa y atractiva, pero matadora, es la parte siniestra de las mujeres encantadoras. Es también esa madre devoradora, matriarcal y severa; la venganza de lo femenino traicionado.

Según el autor Leo Frobenius, refiriéndose a la masculinidad en contra posición con la feminidad comenta: “Un hombre es  lo mismo desde el tiempo de  su circuncisión, hasta el tiempo de su sequedad. El hombre es el mismo después de  de su primer amor, a como era antes; la mujer es otra desde el día de su primer amor y así continua para toda la vida. El hombre pasa una noche con una mujer y se va  luego; su vida y su cuerpo siguen iguales. La mujer concibe. Como madre es otra persona distinta a la mujer sin hijos, ella carga el fruto de la noche en su cuerpo por nueve largos meses, algo crece dentro de su vida y nunca la abandona. Ahora es madre, es y será madre aunque el hijo muera, aunque todos sus hijos mueran, por que en un momento dado cargó el hijo bajo su corazón y no se irá de su corazón nunca más, ni siquiera cuando esté muerto.
De todo esto el hombre no sabe, el hombre no sabe nada; el hombre no conoce la diferencia antes del amor y después del amor, antes de la maternidad y después de la maternidad. El hombre no puede saber nada. Solamente una mujer puede saberlo y hablar de esto.(1)


 Pág. 54. Aproximación a la feminidad, Fernando Risquez. Monte Ávila Editores.

lunes, 13 de septiembre de 2010

COLORIN COLORADO O LOS CUENTOS CLÁSICOS

El Arbol del Amor de  Jorge Murillo Torrico





Colorín colorado este cuento se ha acabado, la mitad de las veces no oíamos estas palabras ya que estábamos dormidos, felices y seguros. Otras veces, esperábamos con los ojos abiertos de par en par el final de la historia para sumergirnos en la noche. El día había sido largo e intenso, como se percibe el tiempo a esas edades, así como las noches son cortas y acogedoras. Sus personajes atraviesan nuestra história con toda impunidad, ayudándonos a ordenar nuestras experiencias internas. Ya apuntaba Sigmund Freud: la fantasía es un medio que le permite al niño cumplir con un deseo frustrado, como si esta fuera una suerte de corrector de la realidad insatisfecha. De este mismo modo, la lectura de los cuentos, al influir en su mundo inconsciente, le permiten elaborar los conflictos internos y resolverlos en un plano consciente. Las leyendas populares llegan a nosotros por la tradición oral, aquella que hace que el hombre transmita, quizás por una necesidad biológica, lo que ha sido su enseñanza de vida, y que luego recogieron autores como Charles Perrault y los hermanos Grimm. Hablan de temas universales: el amor, la muerte, la lealtad, el honor. En los cuentos tradicionales los personajes son buenos-buenísimos o malos – malísimos, nunca ambas cosas a la vez como sucede en la realidad.

La idea de presentar caracteres totalmente opuestos y confrontarlos es para ayudar al niño a comprender las diferencias existentes entre ambos, para forjar una personalidad más equilibrada y así avanzar más seguramente hacia la madurez. El mensaje de estos es hacer entendible que, como animales racionales que somos, tenemos alternativas ante las dificultades: luchar, huir o mimetizarnos; pero sólo con el enfrentamiento se crece y se enriquece la personalidad. A los cuentos populares se les ha tachado de crueles, argumentando que la violencia es un hecho ajeno a la realidad del niño, impropio de su naturaleza. Por el contrario, hoy se considera que la violencia es intrínseca al comportamiento humano. Bruno Bettelheim, psicoanalista infantil que sufrió en carne propia los horrores del movimiento nazi, nos dice: “la lucha contra las serias dificultades de la vida es inevitable, es parte intrínseca de la existencia humana, pero si no se huye, si no que se enfrenta a las privaciones inesperadas y a menudo injustas, llega a dominar todos los obstáculos, alzándose por fin victorioso”.

 Así, a través de Blancanieves o Cenicienta nos fascinamos con los super-poderes de las arquetípicas brujas y hadas.

 Por Pulgarcito y el Patito Feo conocemos el gusto por la revancha del débil o poco agraciado físicamente.

 Del servilismo y la estupidez humana nos habla el Traje del Emperador con toda claridad.

 Por medio de un par de niños inocentes, Hansel y Gretel, apreciamos el placer de los sentidos y de nuestra temprana adicción al chocolate.

 Las mil y una noche, una de las historias más populares de todos los tiempos, deja bien sentado que la astucia femenina no tiene límites, sobre todo si está acompañada del poder y el convencimiento de la palabra.

 Con la Bella y la Bestia, cuento anónimo de la cultura europea, entendemos aquella máxima de Pascal que dice: el corazón tiene razones que no conoce la razón.”

Unos y otros nos han encantado y seducido cada noche, y como el rey al que contaba cuentos Scheherezade, hemos pedido más siempre insatisfechos, sabiendo que siempre habrá un “Había una vez”.

sábado, 11 de septiembre de 2010

CONTROL REMOTO.

En todas las familias existen guerras no declaradas, de guerrillas. Son silenciosas, excavan trincheras en nuestro cotidiano y por ahi, se deslizan conquistando terrenos y batallas. Se lucha generalmente por ganar espacios, imponer ideas, hacer nuestra sacrosanta voluntad y, por el dominio del control remoto. Artilugio en apariencia inocente, inalámbrico, inocuo. Preside espacios, ocupa lugares recónditos del sofá,desapareciendo y apareciendo en sitios insospechados.Instrumento deseable que invita a su posesión, a su control. Cabe en todas las manos, son manejables, ergonómicos, simbólicos. En las masculinas es arrogante e impositivo, en las femeninas, sugerente y sibilino; en las infantiles, directo e impulsivo. Como desata luchas, tambien preside consensos y armisticios. Símbolo de paz y de guerra. Aparato emblemático en nuestros hogares. A él le debemos gran parte de nuestro sedentarismo, de esa inercia que nos atornilla al sillón. Nos vuelve autómatas vagando por canales, por emisoras sin rumbo, pendientes de encontrar lo que no se nos ha perdido. Cuando se queda sin pilas, o se queda pegado, pareciera hacernos una demostración de fuerza, de como un aparato tan pequeño puede descolocarnos la vida por completo, alterando la convivencia familiar. A veces pienso que tiene vida propia, que de alguna manera tiene conciencia de su poder, de su influencia. Pero al final somos nosotras, las mujeres, las que con manos suaves y firmes, en una rapida escaramuza, muy propia de nuestra naturaleza, de nuestro savoir faire, controlamos al control.

jueves, 9 de septiembre de 2010

“ HERMANO”, EL JUEGO COMO METÁFORA Y ALTERNATIVA DE VIDA

IMAGEN OBTENIDA DE http://www.x-taringa.com/





Ayer vimos la película Hermano, ópera prima del joven cineasta venezolano Marcel Rasquin. Me llamó la atención la madurez con que analiza el tema de la violencia en los barrios marginales de Caracas, al mismo tiempo que consigue darle un aire nuevo, que no cae en la exaltación del dramatismo como reclamo publicitario.

Es impecable el realismo de los personajes y las actuaciones de los protagonistas, uno de ellos totalmente ajeno al mundo del cine y de la actuación.

El tema, dos hermanos de crianza, habitantes de un barrio marginal del este de Caracas se ven enfrentados entre ellos y ante su entorno social, a raíz del asesinato de la made de ambos.

Dos puntos de vista, dos seres humanos totalmente distintos, que tratan de encajar su realidad a través del proceso de maduración forzado por la tragedia y el absurdo.

La violencia como cotidianeidad, la violencia que invade todos los espacios de estas vidas, es el hilo conductor de la historia.

Habla de los hombres jóvenes, que habitan estos barrios, a veces niños aún, que luchan por la jerarquía del lugar. Se saben con fecha de vencimiento, cuando mucho llegaran a los 30, porque la vida para ellos es una sucesión de hechos irremediables que los acercan vertiginosamente hacia la muerte. Son jóvenes que apenas sueñan, ya que pareciera estar vedado para los de su clase, porque la realidad tangible lo invade todo.

La niñez se asume como una etapa de aprendizaje de la sobrevivencia ante la voracidad del medio.

La redención  para ellos, será el juego del futbol, creador y aglutinante de sueños y alternativas posibles. El juego los reúne y convoca como hace el fuego y las historias. Se fortifican con el aliento y la camaradería del otro, del compañero necesario para cuadrar bien la jugada y llegar a la meta-portería

El amor materno, dador de sentido y vida, eje central en el que se sustentan las historias humanas, aparece como el motor que genera cambios que conducen indistintamente hacia las polaridades amor-odio, vida-muerte; el bien y el mal.

La figura del padre, casi siempre inexistente, es sustituida por la del entrenador, maestro y guía en el aprendizaje de la vida, el que marcará las pautas y las reglas por las que tendrán que conducirse durante el juego.

La película Hermano, es una historia bien contada, de bajo presupuesto, sin alardes tecnológicos que nos revindica con el placer del buen cine y la obra de arte que se sustenta en el buen texto del guión, y el bien hacer del director.

lunes, 6 de septiembre de 2010

FRAGMENTO DE JUAN DE MAIRENA. ANTONIO MACHADO

"Nunca os aconsejaré el escepticismo cansino y melancólico de quienes piensan estar de vuelta de todo. Es la posición más falsa y más ingenuamente dogmática que puede adoptarse. Ya es mucho que vayamos a alguna parte. Estar de vuelta ¡ni soñarlo!."..

El arte de la prosa ensayística, Colección Umbrales.Fundación Metrópolis

Obra de Tamara de Lempicka.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Augusto Monterroso, Guatemala 1921-2003

LA RANA QUE QUERÍA SER UNA RANA AUTÉNTICA


Había una vez una rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello. Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad. Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl. Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica. Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían. Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena rana, que parecía pollo.
Cortesía Ciudad Seva

Clarice Lispector,escritora brasileña 1920- 1977. FELICIDAD CLANDESTINA



Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería. No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos. Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos". Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban. Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato. Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría. Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro. Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez. Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diábolico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla. Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos. Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió a fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo! Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: Vas a prestar ahora mismo ese libro. Y a mí: Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer. ¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo. Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada. A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante. Felicidad clandestina [Cuento. Texto completo] Clarice Lispector Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería. No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos. Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos". Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban. Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato. Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría. Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro. Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez. Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diábolico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla. Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos. Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió a fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo! Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: Vas a prestar ahora mismo ese libro. Y a mí: Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer. ¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo. Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada. A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante. Felicidad clandestina [Cuento. Texto completo] Clarice Lispector Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería. No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos. Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos". Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban. Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato. Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría. Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro. Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez. Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diábolico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla. Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos. Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió a fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo! Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: Vas a prestar ahora mismo ese libro. Y a mí: Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer. ¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo. Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada. A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante. Cortesía Ciudad Seva
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