jueves, 19 de febrero de 2015

LA CASA DE FRIDA Y DIEGO


 CRÓNICAS DE MÉXICO



El barrio de Coyoacán, en la ciudad de México, fue a principios del siglo pasado una zona de albergue para artistas y gentes que buscaban lugares donde el crecimiento de la gran ciudad, no se los tragara vivos. Zona de casitas bajas, cada una a su aire y con la impronta de sus dueños, pero que no obstante, guardan una cierta armonía en el lugar. Hoy, esta casa pintada de azul y naranja, siempre tiene colas de gentes en la puerta.





 La casa en sus orígenes fue adquirida por el padre de Frida en 1904 y después, paso a ser de la pareja que la fueron adaptando y acondicionando a sus necesidades y gustos. La casa azul por la que se conoce este lugar, representa el útero que cobijó a Frida, desde su nacimiento hasta su muerte. Allí vivió toda su vida rodeada de sus objetos de arte, sus libros, pinceles y muñecas. Cada rincón de la casa trasmite vida y pasión aún hoy al contemplarlo. Toda su vida se guarda entre esas paredes y jardines que poco a poco fueron anexando a la casa. Su pasión por la vida se conserva intacta, su historia de amor y dolor con Diego Rivera se encuentra en cada recámara, al igual que su historia de amor y dolor con la vida.
El espacio de la cocina es grande, luminoso, con utensilios para cocinar con fuego de leña, a ella le gustaba cocinar a la antigua usanza, utilizando maderas y carbones. Las alacenas guardan copas, vasos y platos trabajadas por artesanos que fueron amigos y conocidos de la pareja. Lugar vivido y disfrutado, que generó vida y placer a sus dueños.



El sol entra por las altas ventanas e ilumina el estudio que Diego mandó construir para ella. Su caballete móvil y adaptable  a la altura que ella necesitara, ocupa un gran espacio en la habitación. Sus libros sobre política y arte, se guardan tras los cristales de la biblioteca como si apenas ayer, hubieran sido utilizados.



 Cerca, su alcoba de noche y su alcoba de día. En la de noche, angosta, cómoda y coqueta, no hay señales de dolor, sólo de sueños y placeres. Una colcha blanca, tejida por manos de hadas, cubre el lecho; provoca su blancura y la redondez de sus formas. La alcoba para el día impresiona. Duele ver esos aparatos construidos y diseñados para mitigar su dolor, su imposibilidad de movimientos, su desespero ante la vida que pasa y a la que ella va dejando de pertenecer. Su madre mandó poner un espejo en el techo del caballete  instalado en la cama, desde allí, Frida, pinta su autorretrato una y otra vez. No hay una sola sonrisa en ellos, solo una mirada desafiante, frontal; unos ojos en pie de guerra.



 Afuera, el verde del jardín refresca el ambiente de la casa. La piedra volcánica y el negro de su suelo cubierto de yerba, me ofrecen un respiro. Han  pasado las horas y el sol cobija con esa tibieza del invierno.

Imágenes tomadas de la red
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...