La mitología griega, referente inagotable de relatos originales, narra la historia de Pan, dios de la fertilidad y la fecundidad masculina. En una de sus diez y nueve genealogías cuenta como Hermes y Dríope esperaban felices la venida de su hijo. Todo era alegría y fiesta, pero estas se acabaron cuando vieron con asombro el ser que había nacido. Tenía la cara arrugada y unos pequeños cuernos en la frente. El mentón era muy pronunciado acabando en una especie de barba, de color indefinido. Además, de la cintura para abajo, tenía el aspecto de un macho cabrío, de patas peludas y pezuñas.
Dríope lloraba sin consuelo ante la visión de su amado hijo. Entonces Hermes, ejerciendo sus dotes de mediador, lo llevó al Olimpo envuelto en una piel de liebre para protegerle de las miradas aviesas. Cuando se lo mostró a los demás dioses, a todos les pareció un ser simpático y especial, y como hubo unanimidad en el criterio, lo llamaron Pan, que significa hijo de todos. Con el paso del tiempo fue creciendo y se convirtió en el dios de los bosques, de la brisa del amanecer y del atardecer. Era curandero, cazador y músico. Vivía libre por los bosques asustando a los hombres que osaban penetrar en ellos.
Correteaba a las ovejas en un ensayo general, para lo que sería posteriormente su eterno asedio a las ninfas. Su virilidad y su potencia sexual, pronto le hicieron comprender que tendría una gran aceptación, entre las diosas para las que siempre estaría dispuesto.
Le agradaban las fuentes y las sombras de los bosques. Se escondía entre las malezas para contemplar a las ninfas y después, caía vencido por el sueño. Sólo mostraba su lado oscuro, cuando se le interrumpía de sus plácidas siestas, ya que despertaba bramando y enfurecido. Posiblemente era por que sólo entre los sueños, conseguía la unidad y la armonía que su cuerpo nunca había tenido.
Boreas, dios del viento del norte, fue su gran competidor en el terreno amoroso. Era conocido por su violencia, gélido e insensible a todo lo que no fuera saciar su voraz apetito sexual. Ambos cortejaban a la diosa Pitis, pero esta se sentía más agradada por los galanteos musicales de Pan. Entonces,Boreas sintiéndose despreciado y movido por los celos, destrozó el cuerpo de Pitis a golpes, arrojándolo después desde lo alto de una roca. Gea, la diosa madre, apiadándose de ella la convirtió en un esbelto pino, y desde entonces, se dice que el árbol gime de espanto, cuando sopla Boreas.
La historia amorosa de Pan también hace referencia a Selene, la diosa luna y la atracción que sintió por este dios de cuerpo y espíritu poliforme. Pero fue de Endimión, un pastor de gran belleza, del que Selene se enamoró al verlo descansando. La diosa pidió a Zeus que lo mantuviera eternamente dormido, pero con los ojos abiertos. Este encantamiento hacía que se acercara al pastor cada noche y antes del amanecer, para saciar su apetito sexual en un cuerpo sin voluntad. Después entre las horas negras que se aproximan a la luz, Selene recorre el firmamento en su carro de plata en un ritual esférico y luminoso como ella misma.
La genealogía que más se conoce de Pan, es la que refiere el amor no correspondido de Siringa. Esta náyade vivía con sus hermanas en las orillas de los ríos. Era también curandera y andarina, recorría los bosques y nadaba en las aguas felices del ríos.
Un día Pan la vio entre los árboles y las sombras que se producen en los bosques, y comenzó a perseguirla. Ella, bellísima y delicada, se asustó a ver la deformidad de aquel cuerpo, y corrió hacia el río pidiendo ayuda a sus hermanas. Gea oyó sus gritos de auxilio y conmovida la convirtió en un cañaveral. Estaría condenada a la inmovilidad, pero cerca de las aguas, sintiendo su aliento húmedo.
Pan, al ver lo sucedido, se arrojó sobre las cañas produciendo estas un sonido maravilloso. Después, cortó nueve cañas de distintos largos y las ató formando una flauta, de la que empezó a sacar sonidos como nunca antes se habían oído. A partir de entonces a esa flauta se la llamó siringa, en honor a esta historia. De alguna manera llegó a las primitivas culturas de América, y definitivamente se instaló, entre el altiplano y los pueblos del sur. Su sonido aún suena a lamento de amor no correspondido.