miércoles, 23 de febrero de 2011

LAS CONTEUSES, ARISTÓCRATAS Y CONTADORAS DE CUENTOS



El frío y el anochecer reúnen, convocan uniones aunque sean pasajeras. De ahí surge la palabra, el encuentro entre pensamientos, el intercambio de ideas. Se crean lazos, otros se refuerzan. Se cuentan historias que crecen y se expanden como círculos en un lago abarcando generaciones y nuevos espacios.

A mediados del siglo XVII un grupo de madames y mademoiselles de la nobleza francesa, se reunían en los salones acristalados de sus palacios e intercambiaban relatos y cuentos que ellas mismas habían escrito. Pasaron a la historia con el nombre de las conteuses, encabezadas por madame D"Aulnoy, una de las más imaginativa y prolífica del grupo. Escribian cuentos, haciann veladas literarias en los salones de moda y escenificaban historias maravillosas, en las que se sienten protagonistas.

Luís XIV, mandó recopilar y rescatar historias y leyendas europeas y de países exóticos, dándoles el brillo y la impronta de la época. Por decreto real, estos cuentos debían tener un epílogo moralizante, con la intención de crear modelos de conducta, o simplemente tratar de mejorar la imagen que se ofrecía de la realeza, ya que en su mayoría los personajes, son reinas y reyes, princesas sometidas y príncipes valientes. Los últimos años del reinado de Luís XIV se caracterizaron por las guerras y el gran empobrecimiento de la población, junto al derroche y la fastuosidad de la realeza y los aristocracia. Hay hambre y descontento en la población.
Por entonces el cuento, se volvió un entretenimiento general; tanto en los círculos cortesanos, como en los hogares mas humildes donde se celebran las aventuras y desventuras de sus personajes.


Las conteuses formaban un grupo heterogéneo de mujeres, algunas estaban unidas por lazos de familia y de amistad y sobre todo, por la necesidad de expresión. Dicen que se escribe como se vive y se vive como se piensa.
 Madame D¨Aulnoy escribió 25 cuentos de hadas, Historia de Cuentos y sus crónicas de viajes Memoria de la Corte de España. Su vida estuvo llena de sobresaltos, intrigas, y unas ganas inmensas de encontrar su lugar en el mundo masculino del poder. Por medio del matrimonio con el Barón D"Aulnoy, cuando ella contaba 16 años y él 46, asciende a baronesa en la jerarquía social, tiene cuatro hijos que no son reconocidos por el barón, y comienza a destacar en los salones de la corte. Posee belleza, inteligencia y domina como pocas el arte de seducir con la palabra. Pronto se hace un lugar entre las conteuses y comienza a escribir cuentos de hadas. Estos se basan en la tradición oral recopilada por Perreault, en el canto del trovador, en la novela de caballería y pastoril, a los que van añadiendo el preciosismo y la exuberancia de la corte.

Madames y mademoiselles construyen un mundo propio e ideal con el que juegan a sentirse protagonistas. En los personajes femeninos, vierten sus sueños y frustraciones, como el rechazo a los matrimonios concertados y el deseo de amar libremente. Quieren demostrar en sus relatos, que la sagacidad, la inteligencia y el valor no está reñido con la maternidad y las ocupaciones propiamente femeninas, a las que han sido predestinadas culturalmente desde siempre. Son osadas y autosuficientes. Desarrollan conductas masculinas en sus vidas privadas y en sus personajes. Las hadas son sus personajes arquetípicos por excelencia, encarnando el mundo femenino, y son, las que determinan con sus superpoderes el destino de los humanos, en un hacer misterioso y mágico.


Las hadas, como los humanos, son buenas y malas en el dualismo de la personalidad. Las buenas ayudan y protegen, conceden dones y privilegios, solamente aquellos que se hacen merecedores, porque han sido incomprendidos y marginados, por los que tienen el poder de decisión, ya sean padres, madres, familiares, reyes o gobernantes.
Actúan impartiendo justicia y revindicando amores imposibles. Su desempeño a veces sustituye el rol de la madre, siendo su influencia superior, ya que también posee el toque de la divinidad. Entre los dones que conceden a sus protegidas, está el de la belleza, uno de los atributos mas arcaicos adjudicados al sexo femenino, y muy utilizado en la búsqueda y el ascenso de la posición social. La elegancia, cortesía, y sobre todo, el arte de la conversación y la elocuencia, son también imprescindibles para saber estar y brillar en sociedad.

A las hadas malas o brujas, se les asocia comúnmente a la fealdad, con mujeres viejas, de cabellos oscuros, de verrugas en la punta de la nariz y delgadas; mientras que las hadas buenas, se representan con el cabello rubio y la redondez de la figura. Las brujas son envidiosas y enredadoras, confunden a sus victimas porque son hábiles en el engaño, con frecuencia en los cuentos se materializan en la figura de la madrastra.
El hada que habita el mundo de la fantasía, de la bondad y la belleza, es asociada a la maternidad creadora, la que protege de los peligros y los males del mundo. Por el contrario, la bruja, como el ángel caído en desgracia, representa la destrucción, la envidia, la maldad; es el lado oscuro en que la sociedad vuelca sus conceptos ancestrales de prejuicio y pecado.

viernes, 18 de febrero de 2011

CONTINUIDAD DE LOS PARQUES

Julio Cortázar

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

miércoles, 16 de febrero de 2011

DEVOCIÓN MARIANA


Los viernes, siempre puntual, y en una rutina embrutecedora, se las veía caminar hacia la iglesia. Madre e hija como un árbol y su brote mal formado, se paraban en la acera, la una, saludando amigablemente y haciendo las paradas de rigor con los vecinos, la otra, sonriendo con su carita rosada y babeante, enganchada del brazo delgado y nervudo de la madre.

Varias veces las encontré en la calle, vivían cerca y había hecho de sus visitas a la iglesia el sentido de sus vidas, con las  que la madre trataba de llenar espacios afectivos, de llevarle la contraria al tiempo; de ganarle el pulso a esa vida que tan desatenta había sido con ella.
Nada le hizo imaginar en sus años de señorita de buena y reconocida familia, que el matrimonio, esa unión sagrada y bendecida por Dios, como decía su madre, daría esos frutos amargos que se pudren antes de llegar a madurar.

Al principio, recién nacida la pequeña, todo el tiempo se le iba en arrullarla y vestirla con la cantidad enorme de ropita que le había tejido durante el tiempo que duró el embarazo, y como no quiso saber el sexo de la criatura, ni muchos detalles de la gestación, sólo sentir el corazón galopante en las visitas medicas, tenia ropitas mínimas de todos los colores.

Con las semanas los ojos se le fueron achinando, y solo se veían en los escasos ratos en que permanecía despierta. Dormía y dormía como un animal pequeño, hundida entre los almohadones blancos y las sábanas ribeteadas de encajes y cintas de seda.
Cuando su pasividad y sus miradas perdidas ya no pudieron pasar desapercibidas, se instaló en la casa un silencio pesado. Marido y mujer se esquivaban en los ratos que pasaban juntos.

Un día el padre pidió traslado hacia el interior, y se lo concedieron. Ella se negó a seguirlo, argumentando que la niña necesitaba los cuidados médicos que solo en la capital se podían encontrar. Entonces se separaron. La casa se volvió inmensa. Pensó que solo una disciplinada rutina podría ayudarla. Acudió a su devoción mariana, aquella que había visto implementar a su madre en los momentos difíciles. En la iglesia y rodeada de imágenes familiares desde la infancia, pensaba que el desastre de su vida tendría sentido algún día. Alguien en el mas allá, revindicaría por ella sus horas de desvelos y su habitual frustración, y por eso, se alejaba asustada como un gato escaldado de las horas peligrosas, en que sola y frente a si misma, pensaba en el sinsentido de la vida, mientras en la televisión pasaban La Casa de la Pradera en la programación habitual de la tarde.

miércoles, 9 de febrero de 2011

CORTÁZAR, ENTRE CRONOPIOS Y FAMAS

                                                       
                                               Cortázar y Aurora Bernardez

De Cortázar, sorprende la familiaridad con que maneja el absurdo del surrealismo. Como el niño, que habla sólo cuando juega, mientras se imagina todo tipo de seres y de batallas por librar. “No hago diferencia entre la realidad y lo fantástico, para mi lo fantástico procede siempre de lo cotidiano”, declara. Desde pequeño, se negó a aceptar la realidad por imposición, creando la suya propia, poblada por seres sin corporeidad que traspasan de una realidad a otra, sin definir en que momento del sueño o la vigilia, se encuentran. Con estos seres comparte y se nutre. Su aspecto físico, de niño grande, ojos soñadores y orejas enormes, lo acerca a ese imaginario, que él crea desde sus largas convalecencias de enfermedades infantiles.

Historias de Cronopios y Famas, es un pequeño breviario donde residen estas criaturas, al abrigo de las incomprensiones y malos entendimientos.
El libro escrito en 1962, consta de 4 partes: Manual de instrucciones, Ocupaciones raras, Material plástico, Historia de cronopios y famas.

El surrealismo esta presente en todo el libro, demostrando con sus personajes, que lo irreal es la otra cara de la realidad, que la razón, epicentro de conocimientos y saberes en los siglos pasados, se complementa con la imaginación; con el mundo subterráneos de los sueños, con la intuición y todo aquello que aún, no es procesado y comprendido por nuestra mente humana, en constante estado de evolución.

Cortázar, se mueve con soltura entre estos personajes, mitad fantásticos mitad reales. Los sitúa en escenarios cotidianos, comunes y silvestres por las que todos pasamos alguna vez. Los pone a llorar, a subir escaleras, y les da instrucciones precisas, que concientizan el hecho en si, poniendonos en contacto con lo obvio y mecánico de nuestras vidas, para hacernos ver, que lo absurdo está, en hacer evidente lo obvio.

Con un lenguaje normal y lógico, con trazas de tristeza y una buena dosis de ironía, escribe los ¿cuentos, historias,ensueños? o como se quieran llamar estos escritos, con los que abrió un espacio importante al concepto del juego con la palabra. A la revisión, de la lógica versus el absurdo, separada como tantas cosas en la vida, por una línea a veces inexistente.




Dentro de las historias de Material Plástico, leemos sobre un hombre al que le cortan la cabeza, pero sigue viviendo, ya que sus sentidos perdidos, se regeneran como lo hacen las patas de insectos, o la cola de la lagartija, para llegar por medio de la memoria, a darse cuenta, de que está preso y sentenciado a muerte; o la historia del camello del desierto, que se gana su forraje paseando turistas, hasta que un buen día, de manera kafkaiana, es declarado indeseable por el Ministerio de Tránsito, sumiéndole en una profunda tristeza; o la Tía en dificultades, y su constante lucha contra el miedo a perder la verticalidad y caer de espaldas, por lo que tiene locos, a los 32 miembros de la familia, no obstante de hacer debates y cabildeos, buscando explicaciones filosóficas y llegando a conclusiones oscuras.

                                                        

En las historias de Cronopios y Famas, aparecen estos seres verdes y húmedos, como los describiera Cortázar, con personalidades bien definidas y diferenciadas.  Porque los Cronopios, son seres idealistas y felices por naturaleza, dados al desorden y apurar el espacio de vida que hay en cada día, como si éste, fuera el último. Libertarios y con un corazón amplio y ventilado, capaces de identificarse con una flor solitaria en medio de los campos y dormir a la sombra de su pétalo.
A las Famas, las encuentra calculadores y bien organizadas, de aquellas que no dan puntada sin dedal, y están siempre en donde tienen que estar y por eso, llegan lejos y se hacen famosas, y olvidan pronto los afectos de la edad temprana.
En las Esperanzas confía poco, son demasiado indolentes y como los molinillos de viento son ligeras, duermen, donde la noche las encuentra. Uno de sus sueños mas preciado, es regar jardines verdes con mangueras rojas, regaladas por los Cronopios,  con el enojo de las Famas.


                                             

viernes, 4 de febrero de 2011

LA MUJER EJEMPLAR

                                                                    
La mujer ejemplar
del libro Bocas del Tiempo
Por Eduardo Galeano (Montevideo/Uruguay)

“Vivió obedeciendo el mandato bíblico y a la tradición histórica. Ella barría, lustraba, enjabonaba, enjuagaba, planchaba, cosía y cocinaba. A las ocho en punto de la mañana servía el desayuno, con una cucharada de miel para el eterno ardor de garganta de su marido. A las doce en punto servía el almuerzo, consomé, puré de papas, pollo hervido, duraznos en almíbar; y a las ocho en punto la cena, con el mismo menú. Jamás se atrasó, jamás se adelantó. Comía en silencio porque no era mujer opinativa ni preguntativa, mientras el marido contaba hazañas presentas y pasadas. Después de la cena, se demoraba lavando lentamente los platos, y entraba en la cama rogando a Dios que él estuviera dormido. Para entonces ya se habían difundido bastante la máquina lavarropas, la aspiradora eléctrica, y el orgasmo femenino, que habían llegado poco después de la penicilina; pero ella no se enteraba de las novedades. Sólo escuchaba los radioteatros, y rara vez salía del refugio de paz donde vivía a salvo de la violencia del mundo. Una tarde, salió. Fue a visitar a una hermana enferma. Cuando regresó, al anochecer, encontró al marido muerto. Algunos años después, la abnegada confesó que esta historia no había terminado así. Contó el otro final a un vecino llamado Gerardo Mendive, que se lo contó a un vecino que se lo contó a otro vecino que se lo contó a otro: al volver de la casa de la hermana, ella encontró al marido caído en el suelo, jadeando, bizqueando, la cara de color tomate, y pasó de largo, se metió en la cocina, preparó un inolvidable banquete de calamares en su tinta y merluza a la vasca, con un postre de alta torre de frutas y de helados, todo regado con un vino añejo que tenía escondido, y a las ocho en punto de la noche, como era su deber, sirvió la cena, se hartó de comer y de beber, confirmó que él estaba definitivamente quieto en el suelo, se persignó, se vistió de negro y llamó por teléfono al médico.”



                                           
Imagenes tomadas del blog El Polvorín
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