Dentro de poco tiempo Serrat
cumplirá 50 años en el mundo musical, de esos 50, por lo menos, hace 45 que
lo conozco y lo sigo, ya que soy de una
fidelidad perruna. Lo mío fue un amor a primera vista, fueron sus Paraules d´amor cantadas en una lengua
que apenas conocía, pero que me sonaba bien, las que me enamoraron, así como después,
conocería a Lluis Llach, Raimon y María
del Mar Bonet, otras voces disidentes en
aquellos represivos años del franquismo. Apenas con 16 años, recién salida del
colegio de monjas y de vuelta a Madrid, adolescente y desubicada, para rizar más
rizo, me encontraba con nuevos amigos y amigas en aquel barrio del norte de
Madrid, donde mis padres maestros nacionales, y después de haber recorrido
media España fueron a ubicarse. En un tocadiscos y con mucho cuidado al
ponerlos, oía los discos de 45 que me prestaban de Serrat. Como él, sentía que
hablaba otro idioma y me relacionaba de distinta manera que los muchachos de mi
edad. Me gustaba mucho leer, el cine y
estar rodeada de mayores que yo, sus conversaciones me parecían más
interesantes, más sustanciosas. Una de las épocas más solitarias de la persona
es la adolescencia, en la que buscas desesperadamente espejos donde mirarte y
encontrar una imagen que se parezca lo
más posible a lo que estas buscando. En aquella sociedad pacata y de doble
discurso, era difícil encontrar un ideal a seguir. Su música llenaba esos
vacíos y soledades, acompañando silencios.
En el 69 vino el disco de
poemas de Machado, mi poeta favorito, valorando el mundo de las pequeñas
cosas, cotidianas y amables con el que me identificaba plenamente, como si nos
hubiéramos puesto de acuerdo en crecer juntos, él como maestro, mostrándome esa
otra parte del mundo en las que me sentía todo y parte. Mediterráneo, el lugar donde habíamos nacido, me hizo sentir y
comprender lo que había significado para la cultura: como el origen del negro riguroso de nuestras mujeres
viudas, el gusto por la comida y el buen vino, el amor al sol y la conversación
entre amigos; el juego al escondite con
la muerte. En los años 80 los dos encontramos que El Sur también existe,
que el mundo es grande y uno se puede ahogar si siempre permaneces en la misma
orilla. A comienzos del nuevo siglo, fueron
las canciones compartidas con los amigos, Sabina y Serrat, andaluz y
catalán, sacando la parte más golfa de
ambos, como dos adolescentes escapados, felices e indocumentados.
Para Serrat, el mundo siempre fue demasiado grande y diverso, nunca quiso encerrarse en localismos reduccionistas,
quiso siempre a su tierra, sus raíces las lleva con él, pero sin renunciar por
ello a compartir con otras voces y otros tierras.
Ahora en el último disco que
celebra sus 50 años en la música, Antología
desordenada, comparte la mitad de las canciones con amigos de toda la vida
y gente joven que se incorpora recién al camino. La otra mitad, se la reserva como un buen
vino que guardamos para las fechas especiales. Así de esta manera, agradece a
la vida que le ha dado tanto, como cantaba su amiga Mercedes Sosa…
Imágenes tomadas de la Red