CRÓNICAS DE MÉXICO
Dicen
que fue Diego Rivera quien la bautizó con el nombre de Catrina, basándose en
una caricatura original de José Guadalupe Posadas.Ya
ha cumplido 100 años y en su comienzo se llamaba la Calavera Garbancera, en
alusión a la mujer del pueblo que vendía garbanzos en los mercados, pero que
creyéndose europea (francesa o española) renegaba de su propia cultura. Una
burla a esa parte de la sociedad que no se identifica con sus propios valores y
pretende aparentar lo que no es.
Empieza
a aparecer en los periódicos llamados de “combate” donde se critica duramente a
las clases altas y a los políticos que gobiernan el país. Estos escritos se ilustraban
con calaveras de todo tipo y tamaño, sobre historias de crímenes, damas, terror
y políticos. Nadie como el mexicano para burlarse de la muerte, para torearla y
buscarle el lado jocoso que, como una compañera ineludible de viaje, te
acompaña todo el tiempo.
En
el mural Sueños de una tarde dominical en Alameda Central,
Rivera, la engalana y la sitúa en el centro, rodeada de 150 personajes de la
cultura mexicana y de su memoria familiar, donde aparece él de niño delante de
su inseparable Frida. La Catrina aparece
vestida con traje largo, sombrero con plumas de avestruz representando al viejo
continente y la conquista de México. La estola que la envuelve, representa la serpiente emplumada del dios
Quetzalcóatl, la vida y la muerte y en medio, el hombre habitando entre estas
dos fuerzas. El sombrero en su primera representación, aparece engalanado con
amapolas, la flor delicada y mortífera que puede adormecer al pueblo de sus
anhelos y reivindicaciones.
Octavio
Paz el historiador por excelencia mexicano, el cronista mayor de la cultura de
este país, en su ensayo “Todos los santos, día de muertos” escribe: “Para los
antiguos mexicanos la oposición entre muerte y vida, no es tan absoluta como
para nosotros. La vida se prolongaba en la muerte y a la inversa. La muerte no
era el final natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y
resurrección eran estadios de un proceso cósmico que se repetía insaciable. La
vida no tenia función más alta que desembocar
en la muerte, a su vez no era un fin en sí, el hombre alimentaba con su muerte
la vecindad de la vida siempre insatisfecha”.
“Para el habitante de NY, Paris, o Londres, la
muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El
mexicano en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la
festeja, es uno de sus juguetes
favoritos y su amor más permanente”. “Cierto, en su actitud hay quizás tanto
miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde, ni la esconde; la contempla
cara a cara con impaciencia desdén o ironía”, “si me han de matar mañana, que
me maten de una vez”.
El
mexicano de hoy es una mezcla de culturas pasadas y presentes. De la cultura
pre-hispánica conserva la altivez y el sentido del honor a su casta o tribu.
Del hispano, la religiosidad hecha sincretismo y de la influencia sajona, el
modernismo que arroya y se lleva a las dos anteriores por delante.
La
máscara tan utilizada en la cultura pre-hispánica, aún persiste en su idiosincrasia,
especie de metáfora del hecho de no mostrar su alma siempre rebelde, porque abrirse,
según Paz, es debilidad propia de mujeres. La mujer mexicana, rehuye de su
voluntad, ella espera ser despertada de su sueño a través del hombre. Atrae
pero no seduce, es el hombre el encargado de este ritual, el mexicano sólo se
muestra quitándose la máscara en sus fiestas, se abre, porque le está
permitido. Por eso la Catrina, señora de la muerte, buena moza, remedo de un
pasado y visión de un futuro, coqueta nos invita a vivir con plenitud la vida,
al mismo tiempo que nos recuerda la fragilidad de ésta.
Imágenes tomadas de la Red