Siempre espero que el año nuevo traiga cosas buenas y novedades, entre ellas libros, por eso el 31 de Diciembre me fui a pasear por el mercadillo de libros usados, y allí encontré a Kierkegaard y su Diario de un seductor.
Como estaba bastante sucio, se me ocurrió meterlo en el microondas, por aquello de que sus ondas sirven además de calentar, para matar bacterias y otras alimañas. Gran error. Se me tostaron un par de páginas, que salieron con un tono marrón degradado. Después me acordé de Ray Bradbury y su novela, en que señala que el papel de un libro se inflama y arde a 451grados Fahrenheit, en fin.
Me gustan los libros usados porque parecen tener vida y personalidad propia. Una personalidad formada por la experiencia que da el tiempo de uso, y el trajín a que se vio sometido por los buenos o malos tratos de sus lectores, al haber pasado por distintas manos, ojos y situaciones.
Hay quien mima los libros desde el primer momento que lo adquieren, de tal manera que al terminarlos de leer conservan esa asepsia que parece tener lo nuevo. Después de leídos, quedan bien instalados y seguros en alguna repisa del salón, a veces olvidados en un cómodo rincón, dando fe de la cultura que tiene su propietario.
Para otros, los libros son un objeto más que se amontonan en cualquier lugar, que se prestan y no se recuperan: no forman parte de su historia personal ni familiar. Quizás, esto ocurre porque no fueron leídos en un momento adecuado, cuando sientes el efecto espejo en que te reconoces y te identificas, fluyendo su lectura para dejar sus huellas en nuestra memoria.
Cuando compro un libro usado con anotaciones, también compró la historia de quien lo leyó anteriormente. Busco autores que me interesen, en el mejor estado posible. No me importa que tengan subrayado palabras o párrafos enteros, o que tenga anotaciones en el lomo blanco de la hoja. Se me hace que leo otra historia paralela, que identifica un poco al anterior dueño, porque uno no ve las cosas como son, si no como somos, ya que hacemos interpretaciones sujetas a factores externos o internos, que nos condicionan todo el tiempo.
Anoto en los libros que leo, el significado de palabras nuevas para mí. Meto entre paréntesis o corchetes frases, ideas; otras veces, subrayo con una línea que dependiendo de la posición en que lo esté leyendo, sale mas o menos recta.
He comprado libros, que poco importaron al dueño a la hora de venderlos, con dedicatorias que daban muestras de fidelidad amorosa, o que confirmaban sólidas amistades. Párrafos marcados que de no ser así, no hubiera tenido en cuenta su significado, y que ese anterior, lector amigo, me hizo ver. Y le llamo amigo porque compartimos el interés y la afición, o tal vez, la pasión por ese autor, por ese tema en particular y, eso lo hizo cercano, aunque solo fuera por unos momentos.
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