Obra de Ana Muñoz |
Me digo tantas veces, tengo que dejar de espiar sus ventanas, su balcón cerrado al viento y a la luz, de perseguir su voz por los pasillos de las escaleras; de buscar el encuentro fortuito en el portal.
Pero necesito que él sepa que existo, que estoy cerca, y como animal en celo acechando sus movimientos. Si él lo supiera, quizás compartiría su soledad con la mía, olfateando ambientes, propiciando acercamientos. Pero no lo sabe, quizás solo lo imagina, porque siento que también conoce la ansiedad de mi mirada, porque se detiene en ella, en mi cuerpo que se tensa en su presencia.
De pocas palabras como yo, solo nos reconocemos en los silencios que nos identifican ante los otros, y cuando nos espiamos el mas pequeño de los movimientos.
Pero es respetuoso, sabe que soy casada, que tengo dueño, y que este me guarda en una cajita de cristal, por donde yo miro y sueño. Y las veces que he salido de ella, me aturdo y me enredo como un animal diurno en la oscuridad. Por eso quizás solo acecho, husmeo y después me repliego sobre mi misma.
María, dicen que no hay peor amor que el correspondido pero imposible de realizar. En este relato vas introduciendo al lector, desde el pensamiento del personaje, en las emociones que vive en silencio, entre velos de miradas con las pieles retando al encuentro, al roce. Y ese final de mujer cautiva resignada a su realidad. Es una historia que trenzas con los sentimientos contrapuestos y donde para amar le basta con muy poco.
ResponderEliminarIntenso relato, me ha encantado.
Un abrazo, María
Me diste muchas imágenes. Qué lindo relato.
ResponderEliminarAbrazos agradecidos.