En estos días descubro el valor
de la palabra con Ivonne Bordelois, filóloga argentina de amplios vuelos. Sus distintos
significados, sus aristas y el resplandor que desprenden desde las diferentes
miradas. Confirmo que desde niña me
asombraron las palabras y los distintos usos a los que ellas dóciles se
someten. Me encuentro evocando la infancia, que la sopa que más me entretenía y
gustaba, era la de letras nadadoras en caldos claros. Que me encantaban los
libros que las alojaban y el olor que desprendían
al chasquido de las hojas al voltear. El peso de los libros en mis caderas
camino del instituto, preámbulo de otros pesos infantiles más suaves y carnosos
que más tarde cargaría. Compruebo, que
siempre he estado rodeada de ellos, en dormitorios, salas y baños, en el bolso
a la espera de una consulta médica, o de un largo trayecto en avión. Todos
tienen subrayados y anotaciones porque me relaciono con ellos intensamente. En
general los cuido bien, y de algunos he protegido amorosamente sus pastas del
paso del tiempo y sus estragos. Entre
tanto trasiego familiar, no pude conservar los libros de cuentos de mi
infancia, pero sí guardo los libros de cuentos que yo leía a Isabel, para
convocar la tranquilidad de su sueño. Ahora, cuando a veces las tardes se
vuelven largas y el cansancio no te permite continuar, reviso libros olvidados
y disfruto el porqué un día los traje a vivir conmigo. He recordado sin
conocerla la antigua librería familiar de la calle Hermosilla, los comentarios
de mis padres, cuando en las discusiones se llegaba al acuerdo del poco
espíritu comerciante que todos habíamos heredado. Ahora, Ivonne Bordelois, hace
que tenga un segundo encuentro con las palabras, que me interese y conozca sus
familias, lo que nos reúne y lo que nos diferencia como seres hablantes, su
acondicionamiento a la idiosincrasia de un país, de una cultura: la riqueza
inagotable que se guarda en la pluralidad de las lenguas, porque: “la identidad es una construcción interminable, del
mismo modo que el lenguaje es una operación interminable y está continuamente
en perpetua renovación. Bien propio e inalienable, el lenguaje es también un
referente necesario para plasmar y sostener, no sólo la individualidad propia,
sino la del grupo.”
La palabra amenazada. Ivonne Bordelois.
Monte Ávila Editores.
Imágen tomadas de la red