En estos días releía “La Loca de la casa” de Rosa Montero, un pequeño ensayo con algo de autobiografía, un libro sin pretensiones sobre el oficio de escribir, las emociones del escritor, la imaginación y la palabra.
Santa Teresa llamaba a la imaginación “la loca de la casa”, la que vive en el ático y se desata por más que la razón trate de someterla. A veces, resulta difícil ponerle coto por medio del lenguaje a ese torrente de imágenes que nos habitan, que nos inundan y deambulan por nuestro laberinto mental.
Cuando podemos superar todas estas barreras, surge la palabra, capaz de transformarlo todo, de dar voz a emociones y pensamientos, haciendo que tomen cuerpo, que expresa y comparte.
La palabra salta de la mente del ser humano, cuando la evolución de la especie la acorrala. Surge como el grito ahogado que no salió de la garganta.
Al principio se asomó temerosa y pequeña, fue un parto de siglos, concebida por la inteligencia y la necesidad. Fue creciendo sola, silvestre y citadina. Tuvo incontables progenitores que se adjudicaron su paternidad. Igual que cualquier ser que tiene vida, evoluciona y muta. Conoce de sufrimientos y dichas.
Ha vivido tiempos difíciles en los que la amordazaron tratando de asfixiarla, tiempos que hicieron gritar al poeta: “pido la paz y la palabra”. Pero sabe escabullirse y soltarse como un hábil judini.
Montero dice: “que las palabras son como peces abisales que sólo te enseñan un destello de escamas entre las aguas negras. Si se desenganchan del anzuelo, lo más probable es que no puedas volverlas a pescar.”
Como es sociable, se siente bien en todos los géneros literarios, pero yo creo que prefiere la poesía, donde es consentida y venerada; como también la siento incómoda en el discurso político.
Tiene competencia directa con la imagen, desde que oyó aquello de “una imagen vale más que mil palabras”. Al principio se enfureció y estuvo a punto de cerrarse como una ostra, pero con el tiempo, llegó a comprender, que en la vida hay espacio para todos.
En lo que a mi respecta, sólo puedo decir de ellas, que siempre me han acompañado, han sido mi autentico patrimonio atesorando durante toda la vida. Las he visto evolucionar y hacerse cada día mas libres e independientes, hemos crecido juntas buscando la voz que nos identifique, en este ir y venir de ensayos y errores, que implica el oficio de escribir.
No he leido el libro, me lo apunto, realmete para mi, el escribir y poder expresar exactamente lo que quieres decir, es algo muy compliado. Es por ello, que admiro tanto esa profesión.
ResponderEliminarUn abrazo
Julia
María, no solo está la magia de las palabras, la versatilidad de darles un orden, un sentido, una intencionalidad, tallar poemas, desparramarlas en una novela, ponerse a dieta en un relato corto. La palabra también adquiere la dimensión de dotar de sonido al silencio, se expresar por él, sobre todo en la creación literaria, lo que calla, lo que no dice, lo que oculta, lo que trata de insinuar. Sé, y tú tienes razón, que el mundo audiovisual hace de la imagen su marca distintiva. Pero nada que ver con la imagen literaria, la que se fabrica sólo con palabras estratégicamente colocadas para que el lector las vea desde las emociones que le provocan. Creo que se nos nota que nos gusta la literatura.
ResponderEliminarUn abrazo desde las proximidades de El Teide.