Paseo del Prado en la mañana sombreado por los castaños de Indias. Las piedras del adoquín brillan pulidas por los años, por el paso indiferente de los carruajes y del hombre de a pie.
Por las aceras del Paseo del Prado caminan los turistas, son fácilmente reconocibles además de su indumentaria y sus planos de mano, por el gesto soñoliento de sus caras, que indican cansancio acumulado por las horas de vuelo que les han llevado de un lugar a otro, en rutas programadas, donde importa más el número de ciudades visitadas, que el autentico disfrute y contemplación de cualquiera de ellas.
Ejecutivos de grandes corporaciones, de riguroso azul marino o negro e identificados con rótulos de material plástico, salen a desayunar en bandadas. Los museos están aún cerrados. De las cafeterías sale un olor a café torrefacto, y en una de ellas, hay un músico instalado en sus puertas tocando una melodía que recuerda los blues, de esos que te transportan a un rincón de la memoria, donde está almacenada la nostalgia.
La primavera no acaba de entrar, dicen nuestros mayores enganchados del brazo, sosteniéndose unos a otros y bloqueando el paso por la acera. La gente joven camina rápido, porque para variar, está agobiada y va con prisa a cualquier lugar previamente ubicado por las coordenadas de Internet, por Google y sus buscadores de calles, cual ejercito de piratas liliputienses, facilitadores de direcciones y de personas para propiciar el encuentro de unos con otros, en ese mar anónimo que es la ciudad; la gran ciudad.
Llego al museo de la Caixa Forum, a mi cita, y me sorprende el jardín colgante y vertical, con matas que desafían la gravedad, mostrando una pared verde que nos habla de otras formas de hacer realidades, de ver realidades; de que el ser humano siempre encuentra alternativas para lo convencional y lo rutinario. A su lado izquierdo y como enmarcado por el jardín vertical, esta un elefante parado sobre su trompa, en un perfecto equilibrio. Parece un elefante joven y juguetón. La gente se sienta cerca buscando sombra en la hora de más calor.
En lo que fue el edificio de la Central Eléctrica del Mediodía hace muchos años, el ladrillo viejo y remozado, comparte fachada con el acero nuevo con texturas de antigüedad. Dos arquitectos suizos juntaron los materiales representativos de tiempos diferentes, creando formas nuevas que habitan en armonía.
El interior del museo te recibe con una escalera en forma de semicaracol, con el piso de metal de acero frío y brillante, que desemboca en otra escalera también de caracol blanca impoluta que asciende hasta el 4 piso. Los turistas se asoman y toman fotos. Yo cojo el ascensor y voy bajando hasta llegar a la sala donde se exhiben las fotos ganadoras de los premios FotoPres“La Caixa” 09.
El primer premio son fotografías a color y en un formato grande de 50 por 70 aproximadamente. Testimonios de la crueldad humana. Son mujeres quemadas, deformadas por ácido con que las han castigado sus pretendientes, maridos o familiares, por desobedecer mandatos, peleas conyugales, infidelidades comprobadas o no: por ser mujeres y carecer aún de los mas elementales derechos. Son mujeres pakistaníes, de distintas edades y condiciones sociales, algunas ciegas, otras con una masa informe de piel donde había un rostro con expresiones humanas.
Emilio Morenatti ( Jerez de la Frontera,1969) autor de las fotografías, habló de la necesidad reflejar ante todo el coraje de estas mujeres, de generar preguntas en torno a la violencia de género, a la violencia en general , con la que nos hemos acostumbrado a compartir espacios o, a la indiferencia como alternativa ante a la impotencia y al dolor. Están mutiladas para la vida, sus rostros además de sus lenguas ya no podrán expresar emociones. Están presas en unos cuerpos que cada día les recuerda que fueron señaladas, juzgadas y después castigadas, por seres cercanos en parentesco y afectos. Están solas ante sus familias y todos aquellos que las apartaron del derecho a llevar una vida, su vida, y no la que determinaron otros para ellas. Es imposible verlas sin sentir pena y rabia en partes iguales. Me revindico con la suerte, con mi día a día, con los hilos que nos mueven aún a sentir las heridas ajenas. Me aprieto los brazos buscando el calor de la ropa que me cubre. Me detengo ante la imagen de una de las mujeres, la miro fijamente a su único ojo, está maquillado, y mira a la cámara con el coraje que da la sobrevivencia. Otra joven mujer, casi una niña, tiene en su mano una foto de ella antes de la agresión y la enseña al fotógrafo mirando a la cámara con firmeza, otra también joven tiene una sonrisa tímida, quizás todavía esperanzada. Algunas parecen fantasmas que se cubren con velos ante vergüenzas propias y ajenas
Miro a mi alrededor y no encuentro a nadie, me he quedado sola con ellas. La sala se hace aun más grande y más oscura con las ausencias. La gente prefiere pasar a otra sala, otra historia; es difícil permanecer ante en horror con las manos vacías, sin poder hacer mas que contemplar unos rostros desfigurados por la barbarie y la ignorancia.
Afuera en la calle ha levantado la mañana, se ha definido el tiempo en un sol tibio de primavera que agradezco y valoro. Caminamos hacia el metro.
De noche y en la casa termina el día, y siento que aún me persiguen sus miradas, como recuerdos que han tomado cuerpo. Entonces, espero que el sueño de la noche se lleve sus rostros.
Genial
ResponderEliminar