sábado, 2 de abril de 2011

BAJO LA PIEL

 
                                                     Collage Botero

Piel era lo que le sobraba por todas partes. Colgaba mustia, sin destino ni fin. Había rebajado demasiado en poco tiempo, el medicó le advirtió que tendría que someterse a una operación para estirar y cortar luego los sobrantes y de paso, haría un refrescamiento en la cara, algo de botox en la frente y en la comisura de los labios. Había pasado gran parte de su vida con el ceño fruncido y las sonrisas habían estado escasas, ahora se daba cuenta. Pero nada de rinoplastia, había visto en el cable al doctor W mercader de la belleza, los martillazos con los que rompía el tabique nasal para acomodarlo y le había producido nauseas. No le importaba que Mariela de Moratinos y María Corina de Castañeda le hubieran aconsejado una remoción mas amplia, como ellas habían hecho, quería seguirse reconociendo en el espejo, no quería asomarse a ese pozo sin fondo y perder lo que los otros reconocían en ella.

Tenia un piel blanca salpicada de pecas, algunas venas estalladas como cohetes en las piernas, pero en general estaba siempre rosada, abierta, como esperando la caricia ajena. Siempre había sido gordita, mofletuda de niña, redonda de adolescente y en la juventud ya había perdido las formas que identifican la figura femenina. Su relación con la comida había sido difícil, como la del amante infiel, al que se le busca y se perdona una y otra vez porque, se necesita de su abrazo pasajero. En varias oportunidades llegó a la bulimia, en esos momentos regurgitaba sus excesos y sus culpas, para luego quedar en un limbo de emociones.

Adoraba los dulces cremosos, petites chous redondos y rellenos de crema pastelera, nata o chocolate, su textura cremosa se deshacía en la boca y explotaba en un espectro de sensaciones gratas y placenteras, que le hacían retomar los días en que la conciencia es volátil y no pesa, cuando apretaba la mano de su madre para cruzar una calle, o en los pasillos del metro repletos de gente que se atropellaba por llegar a algún lugar.
Ellas no, porque sentía que no habría nada que le hiciera alterar su tiempo, sólo ellas, bien agarradas, juntas, pegadas, respirando el olor la una de la otra hasta confundirse en un solo olor, en un solo paso, para al final de la jornada, terminar retozando en la chocolatería Valverde mojando los churros brillantes en lo más espeso del chocolate. Y de allí a la casa con el corazón agradecido.



Fue en una mañana del mes de mayo a la salida del colegio que su padre la esperaba con la cara mas inexpresiva del mundo, cuando supo que su madre se había ido a Australia siguiendo los pasos de un músico medio loco y enamoradizo. Nunca llegó una carta y nunca mas se habló de ella, pero por mucho tiempo sintió como los vecinos bajaban la voz a su paso. A todo se acostumbró. Vivir, como que era eso: un no entender y un aceptar. De pequeña había sentido un letargo general, igual que cuando le arrancaron las amígdalas y después la atiborraron de helado para la cicatrización, y mas tarde le subía por la garganta un sabor agridulce que la acompañaba durante el resto del día.

La adolescencia se presentó de golpe, sin avisar Su piel se estiró para cubrir las abundantes carnes, en algunos lugares aparecieron estrías, rompimientos de la piel. La cara se le convirtió en una superficie extraña, llena de puntos negros y minúsculos volcanes siempre a punto de estallar. Por dentro era la misma cosa, lo mismo lloraba que cantaba, pasaba de una emoción a la otra, sintiendo que la vida la gobernaba implacable y sin apelación.

En el colegio de las Reverendas Madres de la Luz, apenas fue un número bordado en su ropa y rotulado en los libros. Terminó el bachillerato con más pena que gloria. Luego vinieron los novios, el amor aceptado como un deber, una obligación asumida por todas las generaciones de mujeres que la habían precedido y, en el peor de los casos una trampa, elegida por los otros como su destino. Alguna vez se preguntaba que habría pasado con su vida si solo hubiera querido ser una cabra loca, sin reconocer mas autoridad que la de la fuerza de la naturaleza y mas amor que el que brota espontáneo y pasajero y que apenas dura el latido de una flor cortada. Este pensamiento le hacia sentir un mordisco en el estómago, y le agudizaban los calorones que hacia solo unos meses le incendiaban la piel y le agitaban el corazón.




Retomó la lectura de su novela-histórica tan de moda en estos días y que le había recomendado su cuñada Carmen Elena. Era mejor imbuirse en las letras del betseller, en conversaciones domésticas,  faranduleras o familiares, cualquier cosa antes de ponerse a pensar, a remover recuerdos y sueños que a nada bueno conducían. Se sentó derecha y cruzó las piernas. La tarde fue cayendo con la mansedumbre de todas sus tardes, prendió todas las luces de la sala y se dirigió con pasos autómatas a la cocina. Sólo tendría que recalentar la sopa que Mercedes le había dejado hecha el martes pasado, era una de las pequeñas licencias que se daba en los días en que el peso de la nada se le venia encima.

El sonido del teléfono desconectó de ella el piloto automático con el que andaba. Era Corina de Alonso para avisarla que la reunión en la Asociación de damas para un futuro mejor seria a las 4 pm. Nunca supo exactamente para quien era el futuro mejor, que mas daba, lo importante era su aporte, el sentir la conciencia ligera; el amor y el respeto que la rodeaba.




Tomas le había dicho en la mañana que vendría tarde a cenar, y no entró en mas detalles. El no explicaba y ella no preguntaba. Sabia que después de la oficina en un ritual casi sagrado, terminaba la tarde con dos de sus compañeros en el Imagine, el lugar de tragos y música que quedaba a dos cuadras de la oficina. Cuantas veces hubiera querido presentarse allí, arreglada, con las carnes apretadas, pelirrubia y olorosa. Pero era la esposa de Tomás, conocía a sus compañeros y contaba con sus simpatía, siempre con la palabra amable prendida en los labios; bien vestida con el tailleur holgado, el largo de la falda a media pierna y los zapatos, de 4cm de tacón , ni uno mas ni uno menos.

Preparó el baño a una temperatura de 38 grados y se dejó cubrir por sus aguas. Acarició su piel suavizada por el jabón, era uno de los momentos del día que mas disfrutaba, ese dejarse hacer por el agua, penetrando todos los rincones y esquinas, sin dolor, sin reminiscencias de remordimiento, envuelta por un abrazo invisible. Cerró los ojos al agua, a la noche que avanzaba callada, espero a que su piel se arrugara en surcos diminutos y solo entonces sumergió la cabeza abriendo la boca como un gran pez.

3 comentarios:

  1. María, sencillamente maravilloso.
    La historia atrapa desde el principio, desde el instante mismo en el que se comienza a leer ya no se puede abandonar para más tarde. Sé lee bien porque está bien escrita. En un excelente estilo narrativo. Es ágil, dinámica, fluye como la grasa que invade al personaje. Personaje que,por otro lado, está muy bien perfilado, así como el entorno por el que deambula desde su niñez hasta al fondo de la bañera. La pluma pincela con un lenguaje rico y preciso para cada situación y escena.
    Emociona, cuenta y como buen relato, subyace otra historia debajo.
    Felicidades. Me ha encantado.
    Un fuerte abrazo desde Canarias (Tenerife)

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  2. Felicidad,ando por estos días con poco tiempo para escribir, este es un cuento que ya tenia, te agradezco mucho el comentario porque tu eres experta en relatos y cuentos, siempre me asombra la facilidad que tienes para crearlos, un abrazo bonita

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  3. María, ha sido un placer entrar en tu blog, porque me he encontrado con una verdadera joya. Tu relato es realmente buenísimo, atrapa y te hace entrar en el personaje y sentir a flor de piel lo que él siente.
    El final extraordinario Felicitaciones.
    Te sigo a partir de ahora. Un abrazo

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