miércoles, 24 de noviembre de 2010

PATERAS



La mar recibe y devuelve lo que es extraño y ajeno a sus aguas. Permite que la naveguen, que rasguen su transparencia las filosas quillas de los barcos, que la luna llena altere su inmenso vientre en las noches de creciente; que el viento la tome por asalto cuando va de camino hacia ninguna parte.

Del Sahara en un viaje cansado llega el Siroco en primavera. Viento que acude a la cita con el Mediterráneo. Calores secos que arrastran partículas de polvo que enturbian la mirada de los hombres, y amodorra a los camellos. Vientos viejos que han estado presentes en la historia y que un día, enloquecieron a Ulises, en su viaje al interior de sus propios miedos. Acarician dunas y penetran velos susurrando palabras mágicas en los oídos de las mujeres árabes. Tierras de nadie, ciegas y sordas ante el paso de caravanas trashumantes. Al cruzar el mar, desatan tormentas, en su encuentro con otros vientos y otras tierras. Los cielos se nublan y aparecen las lluvias, que bendicen tierras aletargadas por el frío del invierno.

Como vientos sin destino seguro, los hombres y mujeres del continente negro abordan pateras, embarcaciones pequeñas y muchas veces en mal estado, y se adentran en las aguas del atlántico, que separan dos continentes desiguales. Mientras el blanco se mira en profundidad su ombligo, que es su epicentro, el negro busca la manera de hacerse visible, y tomar parte del festín prometido por los medios de comunicación.

Continentes cercanos, separados apenas por un estrecho de agua, que se profundiza y encabrita por las corrientes, empeñadas en separar lo que un día fue un solo cuerpo, el nacimiento del hombre, de la evolución; el origen común de nuestra especie. Buscando las diferencias se tiende a profundizar más los aspectos que los hacen distintos, que a detenernos y contabilizar, la cantidad de caracteres que los asemejan a nosotros. Por eso el miedo y el recelo.

Cada amanecer los mueve el mismo instinto, y sienten en sus carnes los mismos dolores. Los mismos anhelos y necesidades, los ponen en pie cada mañana, para salir a luchar, a ganar o a perder, en los diferentes habitad en que se desarrollan sus vidas.

Continente que quedó fragmentado y a su suerte, después de que el señor de la guerra lo abandonara, dándole libertad para morirse de mengua.
Continente de fronteras y nombres cambiables cada cierto tiempo, según el grupo ganador de la contienda. De miles de dialectos y economías que van del trueque, al brillo oculto del diamante camino a Ámsterdam.
Eternos nómadas, en una suerte de metáfora que vertebra el destino del ser humano a través de la historia, en su inquietud, en el desasosiego propio de nuestra especie.

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