lunes, 15 de noviembre de 2010

EL TRAJE DE LUCES

Obra de Joan Miró, imagen tomada de elpresley.blogspot.com

                                                                         

Érase una vez una dehesa verde y roja, con el verde que da el trigo en primavera, y el rojo sangre de la mortífera y delicada amapola. Allí se conocieron por primera vez el toro y el torero, y desde entonces, salían todas las tardes a pasear juntos, en silencio, uno al lado del otro, con pasos acompasados, cortos y medidos, como ensayados. Creo que se amaban el uno al otro, con ese amor que da la soledad compartida.

Una tarde fría y húmeda que presagiaba tormenta, vinieron unos hombres armados de ojos rojos y negros fusiles. Se llevaron al toro, mientras el torero dormía a la sombra de una amapola. Al despertar todo fue desolación, furia contenida. Con la boca babeando de rabia, buscó su ajustado traje de luces. Con la respiración mantenida, se lo puso. Todo cuadró perfecto, cada costura a un lado, cada bordado brillaba alegre e independiente; cada hilo ensartando miles de premoniciones.

Cogió el camino más seguro y polvoriento para ir al pueblo a buscarlo. La noche y la plaza se fueron acercando despacio. Estaba llena hasta la bandera, había risas, suspiros y temores. Señoras con lunares y señores con sombrero.

Súbitamente una furia helada, inusual en él, lo arrastró hasta la mitad de la plaza. Buscó a su compañero, que lo esperaba subido en sus cuatro patas. La noche los arropó medio dormida, ¿cómo salir de ahí? se hablaba el torero, de ese círculo de arena caliente, de ese haz de luz mortal que era su estocada; de esa rabia envolvente.

Somnolientas, las luces de su traje se fueron apagando de una en una, poco a poco, hasta que se hizo la oscuridad total, y pudieron salir.

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