lunes, 6 de octubre de 2014

UNA ISLA SOBRE LA TIERRA








Bien pequeña, estudié alguna vez en mi súper enciclopedia Alvarez, que una isla era una porción de tierra rodeada de agua por todas partes. Después con el tiempo y en los viajes confirmé las palabras de mis maestros. Pero según crecemos, en toda la extensión de la palabra, nos damos cuenta de que las cosas no eran tan exactas ni cuadraban tan simplemente como creíamos. Nos tocó desaprender. Y mucho. Todo parecía haberse trastocado. La mayoría de los hechos extraordinarios que ocurrieron en tiempos remotos  y que alguna vez nos contaron como milagros de alguna deidad, no fueron si no fenómenos extraordinarios de la naturaleza, que cada tanto reclama su espacio o se encabrita con otra fuerza y pelean y reclaman su cuota de poder.



Así las islas se volvieron continentes y otras tierras firmemente enlazadas se separaron y cada cual siguió su camino cómo si nunca se hubieran conocido.
Así también mi otra tierra, Venezuela, un día se volvió una isla sobre la tierra. Y se pobló de Robinsones buscando su  propia sobrevivencia. Empezamos a desconocernos, fraccionarnos, las diferencias se hicieron más profundas y telúricas. El mutuo desconocimiento anterior de las clases sociales se profundizó y en medio se establecieron profetas de  tierras de nadie,  vacios  que surgen en los desencantos; buenas tierras ya abonadas donde los profetas oportunistas, como virus  ante un cuerpo debilitado, se hacen fuertes y toman el control del espacio. Y al principio innovan, enamoran con sus cantos de sirenas, a todos aquellos que siempre quieren ir por lo caminos verdes, fáciles en su trazado, pero imposibles de seguir pasado un tiempo. Porque la política es eso, básicamente enamorar con la palabra, en discursos grandilocuentes, mentir a sabiendas,  tocar el corazón de los más humildes y dóciles al engaño y apelar a la esperanza de todos  por los cambios que prometen bienestar y prosperidad. Pero esos profetas después de  un tiempo, se acostumbran a mandar y el pueblo a obedecer, en los ancestrales juegos del poder. Entre la indolencia de unos y la incapacidad de otros, se van afianzando los poderes y los compromisos, los escrúpulos van amainando, mientras la corrupción los enreda y hace difícil desandar por lo equivocado.





¿Cómo llegamos a ser una isla después de haber sido cabeza de continente, a estar hipotecando los bienes de la tierra que tan generosamente se nos dieron, a desconocernos, al aislamiento físico por el derroche y mala administración de los erarios públicos, a ir perdiendo la alegría y el buen humor del caribeño, del que siempre lo tuvo todo fácil; a encontrarnos acorralados  en la tierra donde todos cabíamos, en la tierra de gracia que un día fuimos?

Acuarela y acrílicos de Elena Candel



12 comentarios:

  1. La palabra clave es desaprender. Pasa en Nicaragua, no importa el partido, de ambos salen los mesìas que solo con el bla bla bla tratan de obtener el voto para que despuès se roben el pan del pueblo.

    Espero que algùn dia se les queme la corbata y no puedan hablar nunca.
    Saludos, me siento augusto en tu casa, leyendote.

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  2. Desgarradoras palabras de alguien que quiere ese pedacito de tierra que me acogió cuando nací, que acogió a mis padres cuando decidieron convertirse en inmigrantes, donde nadie era más que nadie, donde simplemente nos ayudábamos sin esperar nada a cambio. Habían problemas, pero no como ahora, donde no reconozco ni siquiera a quienes vivieron conmigo...No reconozco lo que pasa en Venezuela...

    Besote guapa. Me has abierto un huequito en el corazón...

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  3. Mucha pena y por desgracia, verdad en tus palabras, nombras a todos los demonios sin nombrar nada y reclamas con crudeza que las cosas sean justas, que alguna vez dejen de engañarnos. Todos hacen lo mismo, hasta los clásicos y muy conocidos. Querida María, aquí también pasa.


    Me recordaste que yo también estudié con la super enciclpedia Álvarez, y si, todo era muy lúdico y libiano, después nos damos cuenta que ahí ya empezaba el engaño.

    Bonitos los cuadros.

    Besos

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  4. Maravillada por las imágenes pero desolada por tus palabras, tan cargadas de realidad ambas...Tierra de inmigrantes donde familia mía tuvo su hogar y que ahora solo vea desunión y pelea...tristeza, sin duda, tristeza
    Un besote amiga

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  5. Enorme, María. Subliminal pero clara denuncia. "Qué será de mi tierra" decía siempre un viejo amigo venezolano recordando a todos aquellos seres queridos abandonados y lo hacia a su manera, llamándolos por sus Venezolanizados nombres. Tierra querida, Venezuela, hoy una isla.

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  6. Un soberbio discurso que debiera revelar conciencias de quienes complacientes son ciegos porque no saben ver.
    Un saludo

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  7. A veces me parece que, cuando se trata de Venezuela, se me acaban las palabras.

    Te mando, por tanto, un abrazo solidario.

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  8. El abuso del poder de las mentes débiles para conseguir sus fines ha sido a lo largo de la historia y desde siempre el alimento en el que se sustentan estos secuaces, que roban, mienten, torturan y manipulan al pueblo. En nombre de la patria y enarbolando banderas tocan los sentimientos de seres vulnerables para conseguir sus objetivos. Desgraciado el que piensa porque será carne de cañón o del destierro . No obstante nuestra única arma contra los poderosos es la palabra. Y ellos la temen. Un abrazo amiga

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  9. Querida amiga, una valiente y clara reflexión que acongoja el alma, más para los que vivimos en un país que va camino a ser otra isla en Sus América. Un fuerte abrazo, María y felicitaciones a la pintora, cuyas obras engalanan tu texto.

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  10. María, esto que nos cuentas me suena tremendamente familiar, o no tan familiar, ya que un familiar, si de verdad lo fuera, jamás cometería las traiciones tan terribles que son capaces e hacernos los políticos.
    Sean del bando que sean,
    Me producen un profundo duelo.

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  11. Mis amigos, gracias a todos por pasar y por el apoyo, no saben cuanto deseamos la PAZ para este querido país.....

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  12. Triste, muy triste realidad que no sólo se da en Venezuela.
    Cariñoso abrazo María Candel

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