martes, 14 de octubre de 2014

BOTELLA AL MAR PARA EL DIOS DE LAS PALABRAS







Entre los grandes amores del Gabo, estuvo el de la palabra. De ella vivió, con ella enamoró a Mercedes, su amor más fiel,  y por ellas pasó a la historia como uno de los grandes escritores de habla hispana. Pero nunca estuvo conforme  con la complicación que representaban algunas de ellas a la hora de escribir y expresar ideas. Era un hombre  sencillo en sus esquemas mentales, las cosas debían tener un uso práctico y acertado, sino,  de que valían…en sus relatos administraba las palabras con criterios de escasez, como buen cuentista que era. Él lo dijo muchas veces, “escribía para que lo quisieran”, era un seductor nato, y esa seducción pasaba por la palabra principalmente. 


 El día que inauguró en México 1977, el 1° Congreso Internacional de la Lengua Española, rodeado de los grandes señores  de las letras, no pudo dejar de expresar su inconformidad: "A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras.  En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros.


 Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. Y que de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?"

Imágenes tomadas de la red

lunes, 6 de octubre de 2014

UNA ISLA SOBRE LA TIERRA








Bien pequeña, estudié alguna vez en mi súper enciclopedia Alvarez, que una isla era una porción de tierra rodeada de agua por todas partes. Después con el tiempo y en los viajes confirmé las palabras de mis maestros. Pero según crecemos, en toda la extensión de la palabra, nos damos cuenta de que las cosas no eran tan exactas ni cuadraban tan simplemente como creíamos. Nos tocó desaprender. Y mucho. Todo parecía haberse trastocado. La mayoría de los hechos extraordinarios que ocurrieron en tiempos remotos  y que alguna vez nos contaron como milagros de alguna deidad, no fueron si no fenómenos extraordinarios de la naturaleza, que cada tanto reclama su espacio o se encabrita con otra fuerza y pelean y reclaman su cuota de poder.



Así las islas se volvieron continentes y otras tierras firmemente enlazadas se separaron y cada cual siguió su camino cómo si nunca se hubieran conocido.
Así también mi otra tierra, Venezuela, un día se volvió una isla sobre la tierra. Y se pobló de Robinsones buscando su  propia sobrevivencia. Empezamos a desconocernos, fraccionarnos, las diferencias se hicieron más profundas y telúricas. El mutuo desconocimiento anterior de las clases sociales se profundizó y en medio se establecieron profetas de  tierras de nadie,  vacios  que surgen en los desencantos; buenas tierras ya abonadas donde los profetas oportunistas, como virus  ante un cuerpo debilitado, se hacen fuertes y toman el control del espacio. Y al principio innovan, enamoran con sus cantos de sirenas, a todos aquellos que siempre quieren ir por lo caminos verdes, fáciles en su trazado, pero imposibles de seguir pasado un tiempo. Porque la política es eso, básicamente enamorar con la palabra, en discursos grandilocuentes, mentir a sabiendas,  tocar el corazón de los más humildes y dóciles al engaño y apelar a la esperanza de todos  por los cambios que prometen bienestar y prosperidad. Pero esos profetas después de  un tiempo, se acostumbran a mandar y el pueblo a obedecer, en los ancestrales juegos del poder. Entre la indolencia de unos y la incapacidad de otros, se van afianzando los poderes y los compromisos, los escrúpulos van amainando, mientras la corrupción los enreda y hace difícil desandar por lo equivocado.





¿Cómo llegamos a ser una isla después de haber sido cabeza de continente, a estar hipotecando los bienes de la tierra que tan generosamente se nos dieron, a desconocernos, al aislamiento físico por el derroche y mala administración de los erarios públicos, a ir perdiendo la alegría y el buen humor del caribeño, del que siempre lo tuvo todo fácil; a encontrarnos acorralados  en la tierra donde todos cabíamos, en la tierra de gracia que un día fuimos?

Acuarela y acrílicos de Elena Candel



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