miércoles, 29 de mayo de 2013

CORAZONES ROBADOS




Me gusta conocer  los cementerios de las grandes ciudades. Será por su silencio, a prueba de ciudad, lo boscoso de sus avenidas, o quizás, el frescor que produce la combinación del mármol y el verde del follaje. Recién llegada a París, resultó que el hotel estaba relativamente cerca del  cementerio, de Pere Lechaise, del que había oído hablar. El paseo al final, resultó un poco largo, pero valió la pena. Para llegar allí, atravesamos calles estrechas, con bares a ambos lados y un mercado que estaba recogiendo ya las mercancías, eran como las 2 de la tarde. Todo en los alrededores mostraba la cotidianidad de cualquier zona de una gran ciudad. El cementerio de Pere Lechaise, declarado Monumento Histórico desde 1993, se hizo conocido por la cantidad de artistas, políticos, famosos y público en general.  Un total de 69.000 inquilinos.



Como es inmenso, tienes planos y señalizaciones que te indican donde están las tumbas más visitadas por el público que pasea entre sus avenidas. Uno de los primeros que localizamos fue el de Marcel Proust, sencillo y austero, casi escondido entre dos tumbas anónimas. Balzac, Edith Piaf o Moliere, fueron algunos de los que pudimos encontrar.  Me llamó la atención en especial, el de Oscar Wilde, de piedra blanca y con una figura egipcia. Está protegido por una pequeña valla de cristal que impide el acercarse. La piedra blanca está cubierta por cientos de labios marcados. Son besos, besos apretados contra la piedra, besos robados, besos apasionados de sus fieles seguidores, que lo recuerdan con pasión arrebatada. De poco sirvió este blindaje contra los besos, sus fieles ahora besan el cristal. Otros, le dejan poemas, declaraciones de amor, flores frescas. Curiosas muestras de afecto, para el hombre que escribió un día: “Un beso puede arruinar una vida humana”.





Thomas Hardy, al contrario que Oscar Wilde, tuvo la posibilidad de expresar sus afectos sin ninguna censura ni castigo. El escritor inglés, fue autor entre otras obras, Lejos del mundanal ruido y Tess, de cuya historia se basa la película de Polanski del mismo nombre. Al morir en Enero de 1928, los próceres de la cultura encargados de su cremación y entierro, dispusieron que sus cenizas fueran al Rincón de los Poetas, en la abadía de Westminster. Su segunda esposa Florence Dugdale, se opuso argumentando que el escritor había expresado su deseo, de que sus cenizas fueran enterradas junto a Emma, su primera esposa y  gran amor. Tras negociar, decidieron que su corazón estuviera junto a Emma, y el resto de sus cenizas en Westminster. Hecho el procedimiento, dejaron a cargo de la sirvienta en la cocina, el corazón, a la espera de que llegara el enterrador.  Fue grande la sorpresa, cuando fueron a buscar la víscera, solo encontraron al gato de la casa relamiéndose. Y,  cuentan,  que para remediar el entuerto, enterraron un corazón de cerdo en el cementerio de Stinsford, al norte de Dorchester, junto a Emma, en las tierras que fueron el escenario de las principales novelas de escritor inglés.






Imágenes tomadas de la red






martes, 14 de mayo de 2013

DON DE OLVIDO, DE ÁNGELES MASTRETTA






… Digo esto porque pienso que olvidar es un arte. Uno de los artes más necesarios y mal practicados que se conoce. Además, como tantas otras artes, olvidar es un arte que la humanidad toda practica muchas veces sin darse cuenta. Olvidamos. Para mal y para bien olvidamos.
Empezando por la muerte mil cosas olvidamos para poder vivir. Y aunque no lo aceptemos, tal vez quienes mejor olvidan mejor viven.
No haríamos nada sin la conciencia de la propia muerte no nos siguiera a la regadera. Nada siquiera, si la muerte de otro cruzara demasiado por nuestro recuerdo. Pero olvidamos. A los inolvidables, a los mejores, a los más buenos, a los que más felices nos han hecho, logramos olvidar para quedarnos con la vida.



Y si somos capaces de olvidar la muerte, de qué olvido no seremos capaces.
Olvidamos por eso el dolor y a quienes nos lo causaron. No por generosos sino por desmemoriados. Y hemos de bendecir el olvido como se bendice el pan de cada día.
Gracias al olvido volvemos a tropezarnos con la misma piedra, y nos vuelve a doler y a gustar el camino. Gracias al buen olvido vivieron juntos nuestros padres, nos quieren nuestros hermanos y nos maldicen aquellos a los que hicimos un favor.
Gracias al buen olvido se nos resbalan las maldiciones, los críticos literarios, el ridículo aquel del que nunca creímos  que sería posible reponerse.



Gracias al olvido seguimos guardando libros como si no fuera solo ésta la vida que tenemos para leerlos un día, pensamos, voy a hojear uno por uno todos los libros de arte que dormitan bajo la mesa de la sala. Un día en que me dé hepatitis o cualquiera de esas enfermedades largas durante las cuales todo se puede hacer menos hojear un libro.
Gracias a que olvidamos la voz de la nefasta báscula volvemos a darnos el placer de un buen queso, de un helado doble por el parque junto a los hijos, de un pan con mantequilla y sal, de un chocolate amargo y tres almendras.
Gracias al olvido seguimos viviendo en la ciudad de México después de una jornada con doscientos sesenta imecas contra nuestros ojos. Y no solo seguimos viviendo, sino que seguimos dispuestos a emprender un día sí y otro también viajes urgentes al extremo opuesto del lugar que habitamos.



Nos vemos en el espejo durante el arreglo de la mañana y ahí nos hacemos cargo del avance implacable de nuestras arrugas, entonces nos proponemos no fruncir tanto el ceño o al menos no fruncirlo solo de un lado para que los setenta años no nos alcancen con la expresión torcida. Pero después nos echamos al día y nuestro gesto lo recibe defendiéndose como mejor puede.
Para poder ser quienes somos olvidamos el sueño de quienes quisimos ser y para que el sueño no muera completo lo dejamos pasar a la cocina una mañana y nos ponemos a cantar con el playback de arias famosas en la voz de María Callas. Olvidamos también todo lo que querríamos ser porque solo así le dejamos lugar a eso que somos y cumplimos a medias con lo que a eso le debemos ¿Terminar la novela? Claro que si, ahora que consiga olvidarme de todo lo demás.
Es extraño pero los desmemoriados perdemos más tiempo recordando, y en nuestras vidas reina un caos lleno de huecos por los que entre en desorden la memoria implacable.
Sin embargo, yo creo que a pesar de todo lo que olvido no he logrado olvidar lo suficiente. Y eso lo digo pensando otra vez en que olvidar es un arte. A veces maligno y paralizador, pero siempre generoso…



 Del libro Un mundo iluminado, Ángeles Mastretta
Editorial Seix Barral, Biblioteca Breve

Imágenes tomadas de la red
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