Me gusta conocer los cementerios de las grandes ciudades. Será
por su silencio, a prueba de ciudad, lo boscoso de sus avenidas, o quizás, el
frescor que produce la combinación del mármol y el verde del follaje. Recién
llegada a París, resultó que el hotel estaba relativamente cerca del cementerio, de Pere Lechaise, del que había
oído hablar. El paseo al final, resultó un poco largo, pero valió la pena. Para
llegar allí, atravesamos calles estrechas, con bares a ambos lados y un mercado
que estaba recogiendo ya las mercancías, eran como las 2 de la tarde. Todo en
los alrededores mostraba la cotidianidad de cualquier zona de una gran ciudad.
El cementerio de Pere Lechaise, declarado Monumento Histórico desde 1993, se hizo
conocido por la cantidad de artistas, políticos, famosos y público en general. Un total de 69.000 inquilinos.
Como es inmenso, tienes planos y
señalizaciones que te indican donde están las tumbas más visitadas por el público
que pasea entre sus avenidas. Uno de los primeros que localizamos fue el de
Marcel Proust, sencillo y austero, casi escondido entre dos tumbas anónimas.
Balzac, Edith Piaf o Moliere, fueron algunos de los que pudimos encontrar. Me llamó la atención en especial, el de Oscar
Wilde, de piedra blanca y con una figura egipcia. Está protegido por una
pequeña valla de cristal que impide el acercarse. La piedra blanca está
cubierta por cientos de labios marcados. Son besos, besos apretados contra la
piedra, besos robados, besos apasionados de sus fieles seguidores, que lo
recuerdan con pasión arrebatada. De poco sirvió este blindaje contra los besos,
sus fieles ahora besan el cristal. Otros, le dejan poemas, declaraciones de
amor, flores frescas. Curiosas muestras de afecto, para el hombre que escribió
un día: “Un beso puede arruinar una vida
humana”.
Thomas Hardy, al contrario que
Oscar Wilde, tuvo la posibilidad de expresar sus afectos sin ninguna censura ni
castigo. El escritor inglés, fue autor entre otras obras, Lejos del mundanal ruido y
Tess, de cuya historia se basa la película de Polanski del mismo nombre. Al
morir en Enero de 1928, los próceres de la cultura encargados de su cremación
y entierro, dispusieron que sus cenizas fueran al Rincón de los Poetas, en la abadía
de Westminster. Su segunda esposa Florence Dugdale, se opuso argumentando que
el escritor había expresado su deseo, de que sus cenizas fueran enterradas
junto a Emma, su primera esposa y gran
amor. Tras negociar, decidieron que su corazón estuviera junto a Emma, y el
resto de sus cenizas en Westminster. Hecho el procedimiento, dejaron a cargo de
la sirvienta en la cocina, el corazón, a la espera de que llegara el
enterrador. Fue grande la sorpresa,
cuando fueron a buscar la víscera, solo encontraron al gato de la casa
relamiéndose. Y, cuentan, que para remediar el entuerto, enterraron un
corazón de cerdo en el cementerio de Stinsford, al norte de Dorchester, junto a
Emma, en las tierras que fueron el escenario de las principales novelas de
escritor inglés.
Imágenes tomadas de la red