martes, 30 de octubre de 2012

TATUAJE



Ednodio Quintero ( Venezuela 1947 ) Los mejores relatos. Visiones de Kachgar Colección País Portátil 2006. bid & co.editor ca.

  Conocí la obra de Ednodio Quintero en los talleres de Escritura Creativa de Israel Centeno, con el que compartimos clases memorables y paseos por el parque del Este. Entonces nos hablaba de que era uno de los escritores venezolanos que más admiraba, con una obra original, que abarca ensayo, narrativa y guiones para cine. Quisquilloso y perfeccionista al máximo, sus cuentos son pequeñas piedras que va puliendo hasta encontrar la beta preciosa que cada uno encierra en si misma. Profesor de la Universidad de los Andes (Mérida), admirador desde la infancia de los cronópios de Cortázar y del solitario Gregorio Samsa, comienza a escribir a los 40 años, la novela La danza del Jaguar con la que se abre un espacio definitivo en la literatura venezolana. Ha recibido entre otro los siguientes premios: En 1994, Premio Miguel Otero Silva de la Editorial Planeta por El Rey de las Ratas. En 1999, Premio Francisco Herrera Luque, de la Editorial Grijalbo- Mondadori por El Corazón ajeno.

 TATUAJE

 Cuando su prometido regresó del mar, se casaron. En su viaje a las islas orientales, el marido había aprendido con esmero el arte del tatuaje. La noche misma de la boda, ante el asombro de su amada, puso en práctica sus habilidades: armado de agujas, tinta china y colorantes vegetales dibujó en el vientre de la mujer un hermoso, enigmático y afilado puñal. La felicidad de la pareja fue intensa, y como ocurre en esos casos, breve. En el cuerpo del hombre revivió alguna extraña enfermedad contraída en las islas pantanosas del oeste. Y una tarde, frente al mar, con la mirada perdida en la línea vaga del horizonte, el marinero emprendió el ansiado viaje a la eternidad. En la soledad de su aposento, la mujer daba rienda suelta a su llanto y a ratos, como si en ello encontrase algún consuelo, se acariciaba el vientre adornado por el precioso puñal. El dolor fue intenso, y también breve. El otro, hombre de tierra firme, comenzó a rondarla. Ella, al principio esquiva y recatada, lentamente fue cediendo terreno. Concertaron una cita; y la noche convenida ella lo aguardó desnuda en la penumbra del cuarto. Y en el fragor del combate, el amante, recio e impetuoso, se le quedó muerto encima, atravesado por el puñal.

miércoles, 10 de octubre de 2012

LAS CALLES, MI CALLE




Hace muchos, muchos años, cuando vine a vivir a esta parte de la ciudad, desde mi estepa castellana, sus calles me parecieron pequeños bosques, sombreados y jugosos. Sus estrechas calles, algunas ciegas, desembocaban en otras también cortas, de pavimentos levantados por las raíces de los árboles centenarios, que estorbaban indiferentes el paso de los transeúntes. Vimos crecer la zona, hacerse mayor de edad, poblandose de nuevos habitantes, que empezaban a emigrar desde otros puntos de la ciudad y del país. Con el tiempo, la calle por la que andas continuamente y te lleva al lugar donde habitas, se vuelve “ mi calle”, con el sentido de posesión que da lo transitado y conocido por años, transformándose en una especie de prolongación de tus espacios, para hacerse compartidos, de los que cuidas y estás pendiente. 

 Por estas calles, vimos bajar las trombas de agua turbia buscando el río en el deslave del 99. Las vimos heridas por troncos y piedras, que las navegaron furiosas hasta encontrar un recodo, donde descansar tanto ímpetu. Hemos visto, como la canícula del verano ablandaba el pavimento y lo volvía material casi inflamable. Volvían pardas las hojas de los árboles y los pájaros, huían alarmados buscando el frescor de la montaña.

 Las hemos visto desiertas, en toque de queda, producir sombras y ruidos que a todos nos espantaban, hemos atisbado su noche oscura,  tras las cortinas buscando el sueño que nunca llega.
 También las vimos festivas, alborotadas por el paso de las bandadas de gente joven a las salidas de los colegios, oliendo a borra y calor. Parejitas que buscan el descuido de la luz para enlazarse, en abrazos cortos y pasajeros.

 Pero con el tiempo, fuimos sorprendidos, por esos acontecimientos plenamente avisados y esperados por todos, pero que aun así, causan conmoción y dan un vuelco a nuestra vida. La calle se fue poblando de otras gentes, ajenas, que ya no reconozco.

 Pertenecen a esa otra ciudad, donde el sol cae de plano y la lluvia desbarata sus techos sin misericordia, donde la expectativa de vida llega a los veinte y algo, porque la violencia y la mengua se los llevará antes. Esa otra ciudad, que no conocemos y de la que nos separa un meridiano invisible que nos colocó a cada uno a un extremo, sin que se mediara palabra entre ambos, y un día, como en un desbalance ecológico, empiezan aparecer, y a intimidar y asustar, buscando revanchas y abriendo heridas y desde entonces, las calles se han vuelto de nadie, solitarias, mientras nos atrincheramos los unos de los otros, asustados, desconfiando, temiendo…
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